Por
  • Estela Puyuelo

Porque no muero

Porque no muero
Porque no muero
Pixabay

Ay, qué larga es esta vida!!". El otro día soñé que me esperaba la parca. Una figura hombruna, alargada y negra, me observaba inmóvil desde la lejanía. Cuando me percaté de su presencia, supe perfectamente quién era aquella súbita aparición y a qué había venido, aunque lo único que se me ocurrió fue salir corriendo, como si se pudiera escapar, tan fácilmente, de un destino aciago, ignorar la evidencia de una muerte segura. 

La verdad es que no me venía nada bien morir en ese momento porque estaba tan a gusto, en la calle, celebrando la vida, que no sabía a qué venía esto ahora. Quizás ese trance inexorable suela llegar así, como un mazazo injusto e imprevisto, surrealista. Por eso me parece un acto de absoluta valentía, de madurez suprema, optar por cualquier tipo de planificación encaminada a abandonar este mundo, como saber cuánto cuesta un entierro, elegir la forma y el color del lecho definitivo, adquirir la última morada, la que cobijará tus restos mortales, o precisar el lugar donde el viento esparcirá las propias cenizas. Las compañías aseguradoras cifran el precio de un féretro básico en unos mil euros. El traslado en el coche fúnebre cuesta unos quinientos. Las coronas de flores, un mínimo de cincuenta. Esquela en el periódico (7,2 x 12,5 cm): 195 euros. Tanatorio: 500. Sin contar los trámites administrativos asociados al fallecimiento. En la capital aragonesa la inhumación más económica suma 140 euros, mientras que el servicio de incineración alcanza los 465. Total: tres mil euros, como mínimo. Cuando desperté, la oscura rastreadora ya no seguía allí y empecé a escribí esto. ‘Carpe diem’. "Sólo esperar la salida / me causa dolor tan fiero, / que muero porque no muero".

Estela Puyuelo es profesora de Lengua castellana y Literatura, poeta y etnógrafa

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