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Real Zaragoza: a la banda le quedan cuatro pasodobles

El equipo, apurado y sin calidad, va a concluir la temporada confirmando el fracaso absoluto del proyecto que armaron en verano Cordero y Sanllehí con el objetivo explícito de pugnar por ascender a Primera.

Los jugadores del Real Zaragoza hacen la habitual piña de conjuro antes del partido ante el Burgos que acabaron perdiendo 1-3.
Los jugadores del Real Zaragoza hacen la habitual piña de conjuro antes del partido ante el Burgos que acabaron perdiendo 1-3.
Toni Galán

El Real Zaragoza ha llegado apurado de modo muy notable en la clasificación a falta de cuatro jornadas para el final de la liga 23-24. Es de suponer que, a estas alturas, camino de mitad de mayo, a solo 25 días de la conclusión de la liga, a nadie le extrañará semejante cúmulo de dudas, nerviosismos y evidentes incapacidades en la plantilla. 

Defectos de hondura que provienen de fábrica y a los que hay que añadir esas gotas de mal fario en forma de lesiones importantes. Bajas de jugadores, trufadas todo el año y que se han extendido en el último mes y medio, que podrían estar dando un poco más de prestancia al depauperado bloque que trituró a dos entrenadores -Fran Escribá y Julio Velázquez- y que se las está viendo y deseando para interpretar las partituras que pide el tercero, Víctor Fernández, llegado como reparador último, como manitas, para tratar simplemente de salvar el pellejo como sea. No tiene más misión el veterano y laureado técnico aragonés. Lo suyo es evitar la morgue, no hacer de la reducida e incompleta banda de música que compone el actual vestuario una filarmónica. Eso es un imposible. Como pedir peras a un olmo. 

Y a la banda le quedan solo cuatro pasodobles por interpretar. Las cuatro últimas jornadas. Pasodobles de faena delicada, de mucha percusión, bajo y contrapunto de vientos. Tipo 'Pepita Greus', 'El gato montés' o 'Amparito Roca'. Con 5 puntos de colchón sobre el descenso (faltan 12 por disputar), que son realmente 4 porque el 'golaverage' con el Alcorcón, que es quien marca la raya fatal, lo tiene perdido el Real Zaragoza. La cosa es que el último día, tras jugar con el Albacete en La Romareda, el epílogo pueda ser el festivo 'Paquito el chocolatero'. Y tras el último acorde final, de vacaciones y a desguazar. 

El batacazo del domingo ante el Burgos (1-3), más allá de cifras, letras, datos, 'big data', mapas de calor y demás accesorios explicativos del neofútbol, fue un catálogo a todo color del museo de los horrores en lo que acabó derivando esta plantilla desde septiembre. Con los primeros espadas a merced de los mulilleros. Con los sobresalientes convertidos en monosabios. Un fiasco de cartel. Una torada de mansos que no tienen un pase.

Un equipo que estuvo concebido para girar en torno a Bakis, Manu Vallejo, Enrich, Moya, Mesa, Aguado, Lecoeuche, Mouriño, Mollejo, el portero (no olvidarse que Poussin vino para ser el heredero del santo Cristian Álvarez) más los apoyos de arraigo como Francés, Francho, Jair,Azón o Gámez ha terminado por estar desgarrado, desvencijado. La mezcla es imbebible, infumable. Entre las bajas por lesión (ahí juega en parte el azar, pero no en todos los casos) y la imposible conexión con la realidad de Zaragoza de muchos de estos componentes del plantel, el resultado salta a la vista. 

Está acabando la liga, con la defenestración como fatal amenaza, con futbolistas por debajo de los mínimos de rendimiento (Bakis, Vallejo, Enrich, Valera, Grau, Moya, Jair, Lecoeuche...), con gente fuera de su sitio natural porque no hay más (Mouriño, Valera, Francés, Lluís López...), con un juvenil en modo revulsivo-estrella a martillazos (Liso), con canteranos sin recorrido en sus pasaportes como recambios casi únicos (Sans, Cortés, Cuenca). Así no se juegan las finales. Y, si se hace, las probabilidades de no ganarlas se multiplican ostensiblemente.  

Ganar al Burgos era certificar prácticamente la permanencia matemática, dejarla a punto de caramelo con 49 puntos. Como mal menor, sumar era el mismo solo de trompeta, pero con sordina, atenuado. Ni una cosa ni otra supo hacer este Zaragoza deficiente que tantos bofetones se ha pegado durante 9 meses. Como denunció su entrenador al final del choque, "faltó salir al campo con sangre en los ojos, mayor intensidad". 

Era una final. Como lo van a ser los últimos 4 pasodobles. Y las finales hay que saber jugarlas. Son partidos especiales, fuera de las rutinas en las que se esconden los futbolistas medrosos, mediocres, pusilánimes durante un año más o menos potable del colectivo. Más allá de la calidad, que de eso cada vez hay menos en la globalidad del fútbol español, hace falta carácter, orgullo, amor propio, jerarquía, aplomo, reaños y personalidad. 

Y de todo esto, el Real Zaragoza dejó patente que tiene poco donde repartir entre sus piezas de futbolín. Al equipo que se ha desplomado progresivamente desde el 15 de septiembre hasta hoy, dejando en evidencia que aquel liderazgo del inicio fue una mentira de tamaño bíblico, no le conviene verse abocado a jugar una, dos o tres finales con la muerte en los talones. Ante el Burgos quedó patente que, por ese lado, el desastre estaría muy cercano. 

Que llegue algún punto cuanto antes y que los de atrás se atasquen en las arenas movedizas un rato más porque, de lo contrario, Víctor Fernández, cuya misión sanadora se sabía de enorme dificultad con tal materia prima, va a pasar 25 días, con sus consiguientes noches, con los ojos como platos. También por ver si alguien salta la tapia de su corral para robarle las gallinas. Que la trama de la película tiene huevos. 

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