Por
  • Andrés García Inda

Simone Weil y el desarraigo: Raíces, no anclas

Raíces, no anclas
Raíces, no anclas
Krisis'24

Hace unos días, preparando una charla, estuve releyendo fragmentos de ‘Echar raíces’, la obra de Simone Weil. Weil (sobre la que ha escrito en varias ocasiones en estas páginas la profesora Carmen Herrando, que es una de sus mayores especialistas) es una de las pensadoras más singulares y fascinantes de la historia, tanto por la lucidez y radicalidad de sus propuestas como por la integración de las mismas en su propia vida. 

Y ‘L’enracinement’ es, en palabras del filósofo Manuel Sacristán, "una de las obras políticas más difíciles de soportar para el sentido común". En realidad se trata de un manuscrito inacabado, escrito a principios de los años cuarenta del siglo pasado y dirigido al Comité Nacional de la Francia Libre como un largo preludio a una declaración de deberes (que no de derechos) hacia el ser humano, que sirviera para impulsar la resistencia y la liberación después de la guerra. Tales deberes, según Weil, se fundamentan en las necesidades del ser humano, que no solo tienen que ver con la vida física (como el alimento, la protección contra la violencia, el alojamiento, el vestido, etc.) sino también con la vida moral (el orden, la libertad, la responsabilidad, la verdad...). Y entre las necesidades del alma, decía Weil, la más importante e ignorada de todas, y una de las más difíciles de definir, es la de echar raíces.

Para Simone Weil, el problema fundamental de su tiempo (y más todavía en el nuestro) era el desarraigo y la pérdida de los vínculos

Para la pensadora francesa "el ser humano tiene necesidad de echar múltiples raíces, de recibir la totalidad de su vida moral, intelectual y espiritual en los medios de que forma parte naturalmente". Por eso, para Weil el problema fundamental de su tiempo (y más todavía en el nuestro) era el desarraigo y la pérdida de los vínculos. Y lo paradójico, tanto entonces como ahora, es que ese desarraigo, que es fuente de opresión, sea en buena parte el resultado de una forma equivocada de combatir la opresión. O de la absolutización de los medios utilizados para luchar contra ella. "Se puede decir que en nuestra época el dinero y el Estado han sustituido a todos los demás vínculos", escribía Weil. En su época... y en la nuestra.

Quizás porque, como sugería el gran amigo de Weil que fue Gustave Thibon, hemos confundido estar arraigados con estar anclados. Y hemos pensado que para ser libres no debemos depender de nada ni de nadie, confiando esa posibilidad a las tecnologías que nos ofrecen las grandes corporaciones y las agencias estatales. Y así, aparentemente liberados de la esclavitud de la materia, nos hemos convertido en esclavos de nuestros propios medios de liberación.

Y lo paradójico es que ese desarraigo, que es fuente de opresión, sea en buena parte el resultado de una forma equivocada de combatir la opresión

Las raíces no son anclas, pero nos vinculan necesariamente a una red de relaciones, a un terreno, un acervo o una patria. Y no cualquier terreno vale para enraizar. Una patria no es una plataforma digital, ni un ambulatorio o un economato. Allí solo somos clientes o usuarios, que no ciudadanos. Tampoco todos los vínculos liberan, porque sabemos que hay relaciones tóxicas, tanto personales como colectivas. Pero por paradójico que pueda resultar no hay libertad real fuera de los vínculos, tanto materiales como personales. La "liberación total" sin arraigo, si es que algo así pudiera existir, no es otra cosa sino la total esclavitud.

"El hombre tiene necesidad de una patria, pero aborrece las fronteras", escribe Thibon. O los límites. Hay quienes para eliminar (aparentemente) lo segundo nos obligan a renunciar a lo primero; y hay quienes para afirmar (presuntamente) lo primero nos imponen lo segundo. ¿Será posible la síntesis?, ¿o es sólo un ideal?

Andrés García Inda es profesor de Derecho de la Universidad de Zaragoza

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