Montearagón

El azar vino a querer que quedase en esta tierra alguien que, pasaba tardes primaverales al pié de un lugar llamado Chinchilla de Montearagón, allá por la llanura manchega; ahora lo cree un capricho del destino y disfruta, a la luz de la lumbre y en las tardes lorenzanas, las ruinas de Montearagón bajo Guara. Se preguntaba, de niña, el por qué de aquel nombre tan largo para un pueblo tan pequeño y aquí, aprendió que es ese castillo que ve, en su descanso estival, el causante de tal paradoja.


Hace poco halló en una estantería de casa la traducción de “Los documentos árabes de la Corona de Aragón” y se fue empapando de la diplomacia y convivencia de allá por la Edad Media haciendo suyo cada párrafo entre Granada, Marruecos y Egipto con Alfonso, Jaime y Pedro. Hoy comprende el carácter “parecidico” de estas tierras, siente el orgullo de tener un tesoro de su tío abuelo y está más unido a Aragón pero no comprende cómo libro e Historia han estado tan escondidos siendo tan evidentes.