entrevista

Raúl Rodrigo: "El adolescente que acosa es otra víctima que necesita ayuda"

Licenciado en Economía (Burbáguena, 1982), acaba de publicar ‘Mi receta contra el acoso escolar’, donde recoge su propia experiencia en el instituto. Escritor y divulgador comprometido, imparte charlas en centros educativos y foros especializados. 

Afirma que los golpes y los insultos son evidentes, pero la soledad y el aislamiento, no
Afirma que los golpes y los insultos son evidentes, pero la soledad y el aislamiento, no
Oliver Duch

En su libro ‘Mi receta contra el acoso escolar’ –usted lo sufrió en el instituto– habla desde la amarga experiencia de la víctima pero también desde la esperanza.

Sí. Quiero que este libro sea aire fresco para cualquiera que sufra acoso escolar y que encuentre la manera de conectar con sus recursos para salir adelante. ¡Claro que hay dolor!, en el pasado lo hubo. Ya no lo hay. Pero mi objetivo principal se llama esperanza.

Dice que no le gusta la palabra ‘bullying’...

Es un eufemismo que hemos importado del inglés, porque nos resulta menos doloroso decir ‘bullying’ que acoso escolar.

Pero… ¿qué lleva a un censor de cuentas a contar su experiencia por colegios e institutos? Reconocerá que hace falta valor.

Decidí que lo que yo había vivido, pero, sobre todo, el tremendo trabajo emocional que había detrás, tenía que ponerlo al servicio de la sociedad. Fue una necesidad.

A los chicos les pedimos que sean valientes, que lo cuenten, que pidan ayuda, pero, mientras, hay padres y profesores que miran para otro lado.

Tristemente es así. Y miran hacia otro lado por una razón muy sencilla: porque tienen miedo al conflicto. La mayoría de docentes están muy implicados, pero, muchas veces, los cuerpos directivos silencian estos casos porque, al curso siguiente, pueden traducirse en menos alumnos matriculados.

Afirma que los golpes y los insultos son evidentes, pero la soledad y el aislamiento, no. Háblenos de esos acosadores silenciosos. ¿Son los más peligrosos?

Sí. Porque se disfrazan de buenos chavales y chavalas, se comportan bien en casa y sacan buenas notas. Pero utilizan su liderazgo para llevar al grupo a su terreno y aislar a una determinada persona. Una soledad que no es elegida es una forma de maltrato. Y, además, ellos lo saben. Y lo peor de todo es que es muy difícil identificarlos.

Alguna manera habrá...

El trabajo pasa por charlas, como es mi caso, u otro tipo de dinámicas, que hagan comprender a los chavales que están siendo cómplices de ese acosador silencioso y responsables de las consecuencias del daño que están causando.

En su elaborada receta contra el acoso escolar, ¿qué ingredientes no pueden faltar?

Dos: pedir ayuda –el chaval tiene que entender que no posee los recursos suficientes para salir él solo– y construirse un mundo que le haga feliz fuera del instituto, eso le hará más fuerte y aumentará su autoestima.

Recomienda a los padres que cuando un niño sufre acoso y pide que lo cambien de colegio, lo hagan sin pestañear.

Sin duda. Huir también es una opción. Si un chaval nos pide que lo cambiemos de colegio, la situación es grave, ya que se está atreviendo a pedir ayuda, lo que significa que ya no puede más. Podemos ser todo lo suaves que queramos, pero hay niños que acaban suicidándose.

Habla con una gran sensibilidad sobre la figura del acosador.

El adolescente que acosa es otra víctima que necesita ayuda. Yese es el siguiente paso, integrar al acosador en la solución del problema. Nadie que está bien se dedica a amargarles la vida a los demás. En el 95% de los casos, el problema de estos adolescentes está en casa, donde pueden estar viviendo situaciones difíciles y dolorosas, pero también puede encontrarse en su propio interior. Puede que, por ejemplo, se estén dando cuenta de que su orientación sexual no es la que les gustaría que fuera y, en lugar de afrontarlo y asumirlo, deciden poner el foco en el que tiene la valentía de mostrarlo y aceptarlo.

¿El acoso deja cicatrices?

Ya en la universidad, me volví dependiente de la gente, tenía miedo a perder a esos amigos que tanto me había costado conseguir, y eso me puso en una situación de inferioridad, casi de servilismo.

¿Han leído el libro sus acosadores?

Sé que saben de mis andanzas.

¿Alguno le ha pedido perdón?

No, pero mis charlas serían redondas si alguno de ellos se atreviera a participar. Sería un éxito.

Y usted, ¿les ha perdonado?

Totalmente. No soy rencoroso. Lo llevo en los genes. 

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