Tercer Milenio

Por qué a veces lloro de felicidad

A veces estás tan contento que lloras de alegría. ¿Por qué sucede?

Llanto que equilibra.
Llanto que equilibra.
Augusto Serna

No solo se te inundan los ojos de lágrimas cuando estás triste. La felicidad que causa reunirte con tu familia, una fiesta de cumpleaños sorpresa, el concierto de tu estrella del rock favorita, una victoria inesperada de tu equipo de baloncesto o el nacimiento de un bebé también puede provocar tu llanto. ‘Lágrimas de felicidad’, las llaman.

El llanto modera nuestra sensación de felicidad ante experiencias positivas muy intensas

Según un estudio de la Universidad de Yale (EE. UU.), esta aparente paradoja se debe a que, cuando nos sentimos sobrepasados o abrumados por emociones positivas muy fuertes, nuestro cerebro intenta restaurar el equilibrio emocional derramando lágrimas. Dicho de otro modo, el llanto, que es una reacción emocional negativa, modera nuestra sensación de felicidad ante experiencias positivas muy intensas. Y así evitamos que sentimientos ‘demasiado positivos’ afecten a la toma de decisiones, nos distraigan de posibles amenazas en el entorno, limiten nuestra capacidad de autocontrol o incluso nos hagan pegarle un pellizco demasiado fuerte a ese frágil recién nacido que tenemos delante. Por ese mismo motivo, situaciones de una inmensa tristeza o miedo pueden generarnos una inexplicable risita nerviosa. Para compensar...

Aunque todos los animales lloran para proteger al ojo y mantenerlo húmedo, las lágrimas emocionales son exclusivas del Homo sapiens. Según demostró hace algún tiempo el bioquímico estadounidense William H. Frey, las lágrimas que derramamos ante una situación dramática propia o ajena arrastran consigo fuera del cuerpo una buena dosis de cloruro de potasio y manganeso, endorfinas, prolactina, adenocorticotropina y otras sustancias estresantes que pueden dañar al organismo.

Tanto si lloramos de tristeza como si nos ruedan por las mejillas lágrimas de alegría, que los demás nos perciban como ‘llorones’ puede perjudicarnos. Porque nos hace parecer menos competentes y más necesitados de ayuda, tal y como demostraba un reciente estudio holandés.

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