Gestión del cambio

Los cinco años de Francisco en el Pontificado han supuesto una bocanada de aire fresco para aquellos sacerdotes y obispos que, como Elías Yanes, pusieron su esperanza en que el Vaticano II comportara cambios profundos en la Iglesia.

Elías Yanes, arzobispo emérito de Zaragoza.
Elías Yanes, arzobispo emérito de Zaragoza.

Hace cinco años un obispo de la periferia –como él se definía y añadía, bromeando, que los cardenales habían ido a buscarlo casi al fin del mundo– se convirtió en obispo de Roma. Y apenas hace unos días ha muerto un obispo también de la periferia: Elías Yanes. Todavía recuerdo que en una conversación me contó cómo lo había conocido y cómo le llamó para que fuera a verle a Roma, una vez fue elegido Papa. Me costará olvidar su alegría, su sonrisa, con un punto de picardía, cuando le preguntaba por si iba a cambiar el papel de la mujer en la Iglesia o por la autonomía local de las iglesias, y él me iba contestando.

Periferia y evangelización en las nuevas fronteras son conceptos clave de los cinco años de pontificado de Francisco. Este era uno de los temas que más preocupaba a Elías Yanes. Por ello dedicó los últimos años de su vida a buscar nuevos caminos para la evangelización. Me decía que tenía muy claro que esta no sería posible sin un laicado formado y preparado. Es lo que él llamaba creyentes convencidos y creativos, comprometidos con y en el mundo. Preparaba muy bien los materiales y para ello buscaba, como siempre lo había hecho, el acuerdo y la colaboración tanto de laicos como de sacerdotes. La llegada del Papa ha supuesto para muchos creyentes una bocanada de aire fresco, pues consideran que ha cambiado la imagen de la Iglesia gracias a su figura sencilla, carismática y muy cercana a los últimos de la sociedad. Consideran que ha empezado a romper, aunque queda mucho camino, la sombra de los abusos, el fraude, la corrupción, las tramas ocultas en el Vaticano, que parecían dominarlo todo sin dejar espacio a la renovación. Y mantienen la esperanza de que lleguen cambios profundos y que se pase de los gestos a los hechos. Tras cinco años en la cátedra de Pedro, la popularidad de este Papa goza de buena salud.

La Iglesia católica cuenta con unos 1.285 millones de fieles en todo el mundo. Por ello los cambios que en ella suceden suelen ser minuciosamente analizados. Las llamadas escuelas de liderazgo definen su reforma y su estilo como ‘gestión del cambio’. Pues analizan cómo en estos años Francisco se ha convertido en un líder global; ha dado un giro a la gestión de la Iglesia, ha transformado su política de comunicación y, con una estrategia basada en la apuesta por los que sufren, ha reposicionado a la entidad. Por todo ello es lógico que Zygmunt Bauman asegure, al final de su obra póstuma ‘Retrotopía’ (Paidós, 2017), su último libro, que Francisco era el único personaje planetario con autoridad capaz de dar respuestas a la crisis de modelo social actual que impera en el mundo, que se divide entre el nosotros y el ellos, con su apuesta clara por el diálogo. No me sorprendía leer que Francisco Javier Vitoria, sacerdote diocesano de 77 años viera en el Papa "una bombona de oxígeno" para los curas de su generación, "la que creyó en el Concilio Vaticano II y las propuestas que se hizo a sí misma la Iglesia hace más de cincuenta años".

Esta valoración no es solo de los sacerdotes. Aquellos obispos que creyeron en el Vaticano II pienso que se habrán sentido profundamente reconfortados con el papa Francisco. Uno de ellos fue Elías Yanes. Pues fue junto con Tarancón, Sebastián, uno de los obispos que jugó un papel decisivo en la Transición. Su papel fue muy importante en momentos difíciles y delicados en las relaciones entre la Iglesia y el Estado. Su talante dialogante y su honda preocupación por el papel evangelizador de la Iglesia hicieron que fueran posibles el pacto y el acuerdo. Posición que le costó una profunda incomprensión por algunos sectores importantes de la propia Iglesia. Y es posible que incluso su no ascenso jerárquico dentro de ella. Creo que es necesario recordar que, frente a otros obispos, él defendió el voto a favor en el referéndum constitucional. Y ya solamente en la periferia, lejos del poder de la Iglesia española, no participó en las multitudinarias manifestaciones en la calle contra leyes que las Cortes Generales aprobaban por amplia mayoría, en las que, en cambio, pudo verse a decenas de sus colegas en el episcopado.

No sé si habrá terminado sus memorias, tampoco sé si decidió que se publicaran o tomó la decisión, como el cardenal Tarancón, de no hacerlo. A mí me gustaría mucho que los zaragozanos pudieran conocer mejor a un sembrador del Evangelio que siempre pensó que con el paso de los días la siembra daría su fruto.