La nueva agenda política

I+G
I+G

Mi primer artículo, ya hace unos cuantos años, en La Firma del Heraldo de Aragón, se titulaba: ‘El techo de cristal’. Pertenezco a una generación que pedíamos un cambio en las formas y maneras de realizar la gestión pública. De ahí la reivindicación de las cuotas y de los mecanismos de discriminación positiva como forma de hacer frente al techo de cristal que impedía a las mujeres alcanzar cotas de poder en iguales condiciones y proporciones que los hombres. Cada vez más sentíamos que, si bien las conquistas eran importantes e irreversibles, era más fácil cambiar las leyes que las mentalidades. Por ello, yo me preguntaba unos años más tarde, también en estas páginas, ¿por qué no sea avanza, como sería de esperar dado los niveles de preparación de las mujeres? ¿Existe realmente un techo invisible que no vemos y que impide una igualdad real y no sólo legal?

Este año, pues no podía dejar de recordar el día, les envié a mis amigos un texto de Rosa Luxemburgo: "Por un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres". Me acordé de ella pues este 8 de marzo estaba yo en Zúrich, donde ella estudió en su universidad. En una carta a Clara Zetkin, por quien se celebra el Día Internacional de la Mujer cada 8 de marzo, Rosa señalaba que estaba orgullosa de llamarse feminista, en una época en la cual los derechos de las mujeres eran restrictivos. Ya hace casi un siglo, la noche del 15 de enero de 1919, la asesinaron. Arrojaron su cadáver desde un puente al canal. Al día siguiente todo Berlín sabía ya que la mujer, que en los últimos veinte años había desafiado a todos los poderosos, estaba muerta. Al recibir este texto un amigo muy inteligente me contestaba: "¡Hace un siglo!". Yo le contesté: "Por eso os lo he mandado". Ambas mujeres pertenecen a lo que conocemos como feminismo sufragista, pues su demanda es el derecho al sufragio dentro de todo un movimiento que reivindica derechos civiles, educativos y políticos. Otra mujer, Alejandra Kolontái, también hace un siglo escribía: "Los trabajadores no deberían temer que haya un día separado y señalado como el Día de la Mujer, ni que haya conferencias especiales y panfletos o prensa especial para las mujeres". Es decir, que la primera mujer que se sentó en todo el mundo en un consejo de ministros reivindicaba el día de la Mujer como un instrumento de lucha política. Como ya lo habían hecho sufragistas británicas, cuando hicieron suyo el célebre manifiesto de Mary Wollstonecraft, escrito en 1792, en el que reivindicaba los derechos de las mujeres.

Tras conseguir estos derechos en las democracias liberales se constata que sigue existiendo una gran desigualdad, si bien no legal si real. La historia nos enseña que la discriminación de la mujer tiene su origen en razones biológicas o culturales. Pero también políticas. Entre otras cosas, porque muchas de las desigualdades existentes tienen su origen en decisiones políticas que configuran un determinado modelo económico. Y es desde la política donde se puede reducir la brecha de la desigualdad o ensancharla. Las relaciones laborales, el sistema de pensiones, la protección a la familia, el impacto laboral de la maternidad, el modelo productivo, el sistema educativo o los mecanismos de toma de decisiones en los puestos de trabajo no son indiferentes.

Hemos dejado de ser invisibles y silenciosas, las calles de nuestro país se han llenado y han dicho clara y meridianamente basta. La esperanza es que no sólo sea un día, sino que se constate un cambio real para la vida de las mujeres y sus desigualdades. Es el momento en que el poder de verdad sea tan femenino como masculino. Para lograrlo es fundamental que tanto la sociedad como los dirigentes asuman el reto. Por tanto, es necesario cambiar la agenda política y el debate público, para poner en él las preocupaciones y problemas reales de los ciudadanos, y éste realmente lo es.