Incomodidades

Huelga feminista del 8M en Aragón.
Huelga feminista del 8M en Aragón.
Oliver Duch / Aranzazu Navarro / María Ordovás /José Miguel Villuendas/ Raquel Labodía / Cristina Gómez

Hay un movimiento muy pujante cuyo objetivo es, básicamente, generar incomodidad en el prójimo. No es necesario ser un gran observador de la actualidad para detectarlo. De inmediato hay que añadir que tras ese fenómeno se reivindican muchas causas nobles y justas. Sobran, de hecho, los motivos para vivir en este valle de lágrimas presos de sentimientos de culpa, algo por cierto muy propio de nuestra tradición judeocristiana, de la que algunos parecen beber sin saberlo. A ello se ha sumado la moderna globalización, que tiene entre sus consecuencias el hecho de que todo, finalmente, nos interpela.

El problema actual es la saturación de incomodidades que puede llegar a afectar a un simple ciudadano occidental, sobre todo si se trata de un hombre relativamente sano que no pertenezca a ninguna minoría étnica, sexual o religiosa. Una cosa es salir de la zona de confort particular y preocuparse y colaborar en el ámbito comunitario, lo cual es moralmente muy saludable, y otra estar sometido a un agrio bombardeo indiscriminado para movilizar al prójimo.

Muchos abanderados de la vasta cruzada por la sensibilización social parecen aleccionados en que la técnica más efectiva para sus propósitos es suscitar una mala conciencia permanente, a la que se puede llegar por vías muy variadas y relativamente fáciles. Resulta ilustrativo de esta vorágine que un joven doctor en Ciencias Sociales escribiera hace unos días en un medio nacional que el hombre tiene que sentirse incómodo ante el feminismo y, si no es así, algo está haciendo mal el feminismo. De paso lanzaba una sospecha, al más puro estilo de la Stasi, sobre aquellos hombres que pueden en realidad estar fingiendo sentirse incómodos.

Nuestro tiempo está marcado irremediablemente por estas incomodidades, aunque todo depende al final del umbral de tolerancia individual. Nadie parece percatarse de que, como consecuencia lógica de este clima, ese umbral se va elevando y nos va haciendo, casi sin darnos cuenta, más insensibles. Otra razón más para sentirnos incómodos.