Comprendo a quienes ven absurdo que, según expuse aquí la semana pasada, el mundo haya de pararse cada vez que se conculque la dignidad de alguien. 

Así que aclaro que dicha afirmación solo fue una forma retórica de expresar la prioridad que me merece reducir en lo posible el dolor humano. Y ello, refiriéndome a la dignidad personal, no a la de la humanidad, ni a la de la patria, ni a la de la divinidad, ni a la de cualquier otra bella causa que nos haga carne de cañón.

Por otra parte, también quiero precisar que se trata de un ‘parar el mundo’ que no alude a toda actividad, pues, como hay quien me ha advertido con razón, "tenemos que seguir viviendo y los males no se arreglan solos".

Por este motivo, precisamente, en aquella misma columna opiné que un ámbito en el que no puede haber parón es el del trato académico entre los contendientes en una guerra, por lo que tiene de encuentro entre ellos y por el daño que el boicot causa a muchas personas, incluidas las que se arriesgan buscando la paz.

De modo que no estoy de acuerdo con "suspender los acuerdos de colaboración con universidades y centros de investigación israelíes que no hayan expresado un firme compromiso con la paz y el cumplimiento del derecho internacional humanitario", según recomienda la Conferencia de Rectores y Rectoras de las Universidades Españolas. Este ponerse del lado del débil no es antisemita (como no apoyan a Hamás las sentadas estudiantiles), pero daña al lado más débil del fuerte, ese que, tildado de traidor, se opone a la guerra. Y lo mismo opino del boicot a los centros rusos. Acabo con una pregunta: ¿Impondremos pena de ostracismo a la ciudadanía de los países que conculcan los derechos humanos, por no declarar públicamente su disconformidad?

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos por Javier Usoz en HERALDO)