Aragón: Bendita tierra

Habitualmente, me siento integrado. Sin embargo, durante la jornada del 23 de abril, Día de Aragón, esa sensación queda en suspenso, hasta que al día siguiente se reactiva. 

Y lo mismo me ocurre el 12 de octubre, Día de la Fiesta Nacional de España, así como en las fiestas locales y religiosas decretadas por los poderes públicos.

En general, estoy en contra de todas las celebraciones de carácter oficial, incluidas las dedicadas a causas que comparto por completo. Como ejemplo extremo, diré que, en mi opinión, teniendo en cuenta a la ciudadanía que disiente, ni siquiera tendría que haber una festividad consagrada a la Constitución. Preferiría que las conmemoraciones públicas procedieran de la sociedad civil.

Por lo que se refiere a las mencionadas celebraciones nacionales y locales, creo que glorifican señas de identidad que, como observó Rafael Sánchez Ferlosio hace medio siglo, están orientadas al antagonismo, a la xenofobia y, en última instancia, al belicismo.

Además, tales señas tienen un afán totalitario. De forma que, por ejemplo, excluyen del ‘pueblo aragonés’ a quien no soporta la jota, o no siente devoción por la Virgen del Pilar, o carece de nobleza, franqueza, perseverancia y demás virtudes propias de ‘nuestro’ modo de ser. Desde luego, cuesta creerse el tópico de que ‘en Aragón nos valoramos poco’, a no ser que refleje el complejo que explicaría los anteriores elogios.

Pienso que este discurso narcisista e ‘identitario’ nace del poder, no del resto de la sociedad, por más que parte de la población lo asuma, sobre todo, en ciertas circunstancias adversas. Por eso, agradezco vivir en una bendita tierra, la aragonesa, donde estos cuentos, siendo cosa efímera, de un día, sirven para festejar, no para segregar ni excluir.

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