Por
  • Ana Muñoz

Pérdida

Pérdida
Pérdida
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Hace unos días, casi coincidiendo con el aniversario de la muerte de mi abuela, pierdo su pulsera. La busco dentro y fuera de casa, en las esquinas fronterizas donde se juntan los rodapiés y en los bordes de los caminos, entre pétalos que han ido desprendiéndose de los almendros en flor. 

No aparece. Cuántas veces imagino el broche abriéndose. Cuántas veces contemplo su trayectoria al suelo, a cámara lenta, hasta convertirse en una inalcanzable serpiente dorada. ¿Dónde estará? Es sólo una pulsera, me dicen para que desista. Pero la realidad es que únicamente una pequeña porción, una parte despreciable de la reliquia, tiene en efecto el valor de una pulsera. Pienso cómo podría haber evitado el extravío, si habría sido mejor preservar el amuleto en su caja, quizá en uno de los cajones de la cómoda: arrinconado, de alguna forma extraviado, en ese caso por mediación del olvido. ¿Olvidar para conservar? No tengo clara la respuesta. A lo mejor algún día aparece. Esto me dicen también para que, definitivamente, me rinda. Leo a Ana María Moix (‘Poesía completa’; Lumen, 2024). En uno de los primeros poemas cuenta que se acuesta y se concentra en un suceso para soñarlo. Y como el pensamiento mágico suele ser fecundo en las relaciones entre las vivas y las muertas, pruebo a hacer lo mismo. Esa noche aparezco en un jardín. Paseo, busco, hasta que me siento en un pequeño banco de madera antigua. Un guarda se me acerca. Me pregunta de qué se trata, cómo era. Y entonces le doy una descripción aproximada, ni muy concreta ni muy inventada, de lo poco, muy poco, que recuerdo de mi abuela.

Ana Muñoz es docente y escritora

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