De dos a tres

Relojes con cambio de hora.
De dos a tres
Pixabay

Nada más adelantar la hora me di cuenta de que algo raro sucedía. El tiempo empezó a correr más deprisa. Era como si las manecillas del reloj se hubiesen aflojado al hacerlas avanzar a la fuerza. 

En realidad se habían ‘soltado’ como los niños a los que se sujeta mientras aprenden a montar en bicicleta. Una vez que se sueltan, van a toda velocidad. Primero ajusté mi reloj de pulsera. Luego el de la cocina, uno de esos que se ven bien y no hacen ruido.

Solo se oía la lluvia. Cuando me di cuenta, ya eran las tres. Comprobé que todos los relojes daban la misma hora. Si no me dormía, la luz del alba me sorprendería con los ojos abiertos. Estaba acelerada. Intentaba calmarme pero era como bracear contra corriente en una torrentera desbocada. También estaba indignada por el acelerón del cambio de la hora, de dos a tres en cero segundos.

En la radio hablaban de la posible amenaza de una tercera guerra mundial. Apagué la radio. Intenté centrarme en pensamientos positivos, pero se mostraban perezosos y esquivos. Me acordaba de Sarah Connor, la madre de Terminator, que tiene horribles visiones del fin del mundo y finge que está curada para salir del manicomio donde la tienen encerrada.

Afuera seguía lloviendo como en las calles por la que transitaba Harrison Ford en ‘Blade Runner’. El simple hecho de adelantar una hora los relojes había conseguido agrandar en mí la sensación de aceleración hacia la hecatombe. ¿Por qué hablan de una tercera guerra mundial? ¿Es solo para angustiarnos?

Mejor no saber. De perdidos al río, me dije antes de dormirme. Podría haber rezado alguna de las oraciones de nuestra infancia, pero solo recordaba la de bendecir la mesa.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos por Cristina Grande en HERALDO)

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