Ciudadanos y lugareños
El libro ‘Europa’ de Timothy Garton Ash, un relato construido con la ayuda de diversas historias personales que se entremezclan con un desbordante sentimiento europeísta, describe cómo hasta los primeros años del siglo XX "el horizonte mental de muchos residentes en zonas rurales no era siquiera la nación o el Estado, sino la vecindad inmediata, como mucho la región".
Europa era una idea difusa, completamente ajena a la percepción que hoy poseemos, y "si a los campesinos de las tierras fronterizas orientales de Polonia, Ucrania o Bielorrusia se les preguntaba por su identidad, a veces respondían que eran ‘tutejszy’, que quiere decir lugareños".
Sin demasiadas dudas sobre la visión que hoy comparten la mayoría de los españoles sobre Europa, incluso sobre la percepción que tienen –quizá algo más difusa– de este proyecto político, sería peligroso ignorar la existencia de un persistente esfuerzo por empequeñecer la filosofía que alumbraron los primeros tratados fundacionales. Pese a que Europa se define bajo la leyenda –tal y como recuerda Garton Ash– "Unidos en la diversidad" (in varietate concordia), aún se siguen padeciendo distintos movimientos instalados en la ruptura que se empeñan en convertirnos en lugareños en vez de ciudadanos de un espacio plural con sólidos valores y principios.
Insiste Carles Puigdemont desde Francia (Elna), muy cerca de Colliure, donde descansan los restos mortales de Antonio Machado, en su deseo de "culminar" el proceso independentista catalán. Advierte de que se presentará a las próximas elecciones autonómicas y que cruzará la frontera para ser investido ‘president’ de la Generalitat. Su relato, el de un huido de la Justicia que habla desde un país vecino, cobra un triste protagonismo que lastra la mirada ambiciosa con la que España debería presentarse en Europa. Amparado por una falsa legitimidad, a Puigdemont, que en Waterloo no era más que una extravagancia, una anomalía sin trascendencia, se le ha concedido la oportunidad de retomar un desafío secesionista en el punto exacto donde lo dejó. La política se empequeñece con todo lo ocurrido, pero más aún cuando desde el Gobierno central, y bajo el confuso argumento de la recuperación de la concordia, se apuesta por una territorialidad desequilibrante.
Llegan meses de una incertidumbre que amenaza con ser contagiosa en lo económico. A la parálisis producto de unas citas electorales descritas en secuencia, habrá que añadir un ejercicio sin Presupuestos del Estado para este año 2024. En paralelo, el Ejecutivo de Pedro Sánchez seguirá recaudando y gestionando la llegada de unos fondos europeos con los que podrá mantener sus políticas. Así, las administraciones autonómicas y locales, además del dinero que dejarán de percibir, serán víctimas de un riesgo de recentralización del debate político o, en su defecto, de una discriminación producto de las necesidades que arrojen los resultados electorales.
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