Pantalla en blanco

Pantalla en blanco
Pantalla en blanco
Pixabay

Ay la pantalla en blanco, los píxeles cual gorriones hambrientos con las bocas en uve pidiendo comida, pío pío, qué habrá detrás de la pantalla, a veces pasa por delante un mosquito minúsculo o una nueva especie de hada. 

Tan pequeña, peluda, suave que diríase que es un virus o una elfa salida de un sueño. Quizá los insectos casi invisibles de esta cuaresma son píxeles que han huido de la pantalla y no saben o no quieren volver. Quién habrá adentro quién fuera, qué pues en medio: el mundo se ha vuelto impenetrable a escala humana y el mosquito solitario pulula sobre el hielo tibio que será su lápida; quizá sus movimientos tratan de decir algo o su vuelo traza letras fugaces, lacerías, arabescos, conjuros, canciones, mensajes en un idioma nuevo, que se crea y se destruye a la vez como el espíritu de un torero. Ladra un perro en sus soledades en un piso, la ciudad está llena de perros que ladran solos en sus pisos, abandonados como si fueran seres humanos en sus osarios. El insecto no sabe que va a morir en cuanto se pare a repostar, pero quizá consiga atravesar la pantalla, salir adentro y llegar al fondo del asunto, volverse ‘software’, código simple en las tinieblas: una línea más quién la iba a notar, el algoritmo de guardia no hila tan fino como para vigilar esas minuncias: un ente confuso entre el ser y el no ser –hay tantos estados intermedios–, podría infiltrarse en el sistema, en la densa nube atareada y enredar al albur de sus ceros… el caso es que ese ínfimo volador, igual una pajarita aciniana, es un dron armado con un átomo de conciencia suficiente para petar el sistema, ay qué peligro la pantalla en blanco.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos por Mariano Gistaín en HERALDO)

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