Democracia y eficacia

Democracia y eficacia
Democracia y eficacia
M. STUDIO

A principios de 1958, el filósofo francés Raymond Aron reflexionaba sobre la crisis política que atravesaba el país, provocada por la guerra de Argelia. 

Y concluía: "Dudo que en un futuro inmediato sea posible una política distinta a la que se está llevando a cabo, una política que es reflejo del país, del Parlamento y del régimen". Era una política que estaba fracasando, que no podía tener éxito, pero era también la política que de una manera natural producía la IV República.

En España, los gobiernos de la Restauración tuvieron que hacer frente a la crisis de Cuba, donde en pocos años se sucedieron tres guerras. Las políticas que aplicaron eran las que el sistema podía generar y ninguna de ellas resultó eficaz. Al final, la solución fue extrasistémica y llegó en forma de amputación territorial, acompañada por una profunda crisis de confianza de los españoles en sí mismos. De aquellos polvos vienen en parte, los actuales lodos.

Pocas décadas después, los últimos gobiernos de la Restauración fueron incapaces de encontrar fórmulas para poner fin a la guerra de Marruecos. Y no por falta de voluntad, sino porque aquel sistema político, con sus reglas del juego escritas y tácitas, producía un tipo de decisiones que no siempre eran las adecuadas. La consecuencia fue el hundimiento del régimen con la llegada de la dictadura de Primo de Rivera y, cuando esta agotó su recorrido, de la Segunda República.

La estabilidad y permanencia de una democracia depende en buena medida de su eficacia a la hora de resolver los problemas de la sociedad y de los ciudadanos

Democracia estable y eficacia son inseparables. En el preámbulo de la Constitución de Estados Unidos, los fundadores de la democracia americana explicaban con claridad las finalidades que perseguían: "Formar una unión más perfecta, establecer la justicia, asegurar la tranquilidad interna, velar por la defensa común, promover el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad". Seguridad, prosperidad y libertades. No se trataba de crear una ‘democracia porque sí’, sino una democracia que ofreciera soluciones reales a la comunidad y a los ciudadanos. Desde el primer momento, el criterio de eficacia estaba incorporado al sistema democrático.

Cuando las democracias no son eficaces pueden desaparecer. Las democracias hispanoamericanas se encuentran entre las más antiguas del mundo, pero, al cabo de doscientos años, siguen siendo frágiles. El problema ha sido siempre el mismo: la mayor parte de ellas se han mostrado incapaces de generar el tipo de políticas que serían necesarias para resolver las crisis de eficacia con las que periódicamente se enfrentan. Estas crisis de eficacia no resueltas acaban transformándose en crisis de legitimidad y las democracias dan paso a regímenes de otro tipo. A dictaduras militares en décadas pasadas, a ‘democracias iliberales’ en la actualidad.

En España hemos prestado poca atención al problema de la eficacia. Quizá porque hayamos dado por supuesto que un poder democrático, un poder legítimo, es por definición un poder eficaz. Siempre. Y es cierto que la democracia posee mecanismos potentes que favorecen la corrección de las ineficiencias, sobre todo las elecciones periódicas. Pero también hay formas de ‘hacerle trampas al sistema’, como el populismo en todas sus variantes y la polarización. En cualquier caso, nuestro particular modelo de democracia, por su forma de funcionamiento, tiende a producir cierto tipo de decisiones y esas decisiones, en algunos casos, no resuelven los problemas.

Un régimen democrático ineficaz ve erosionada su legitimidad y puede fenecer

En la Francia de 1958, la solución consistió en la sustitución de la cuarta República por la quinta. Un régimen también democrático, pero en el que la interacción entre los poderes del estado estaba resuelta de una manera diferente. El resultado parece haber sido más que satisfactorio. El sistema diseñado en su momento a la medida del general De Gaulle ha sobrevivido varias décadas a su fundador y ha funcionado bien con presidentes tan distintos como Giscard d’Estaing, Mitterrand o Chirac. O como el mismo Macron.

La Francia actual es un país en profunda crisis, en el que las respuestas rutinarias del sistema han dejado de ser eficaces. El presidente propuso hace unos meses emprender una reforma constitucional para modernizar un régimen envejecido. Una reforma cuyo objetivo último sería restaurar la eficacia del sistema, que hoy parece perdida. Porque, sin eficacia, no hay democracia duradera.

José Miguel Palacios es doctor en Ciencias Políticas

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos por José Miguel Palacios en HERALDO)

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