La posverdad y Sánchez

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (c), tras la votación en el pleno del Congreso, reunido excepcionalmente en el Senado
La posverdad y Sánchez
Rodrigo Jimenez

El concepto ‘posverdad’ es rebuscado y polisémico. La posverdad no alude a lo que hay después de la verdad, sino en lugar de ella. A ejemplo suyo, se han creado voces como ‘pospolítica’ o ‘posfáctico’ que, entendidas intuitivamente, pueden llevar a error de interpretación, porque parecen aludir a algún fenómeno que venga después de una verdad, de una política o de un hecho.

Más bien se trata de sustituciones. Si antes estaban vigentes la verdad, la política y el hecho como reglas de juego compartidas y, en general, respetadas, ahora van ganando terreno otros modos sustitutorios de presentar y percibir las cosas.

El caso más conocido de descaro en estas materias ha sido el del expresidente de EE. UU. Donald Trump. A él y a sus agentes electorales se les dio una higa de si eran o no falsedades lo que proclamaban como juicios objetivos, hechos reales o verdades indiscutibles. La atención que el mundo presta a EE. UU. difundió estas formas de actuar y ganó para Trump fama de mentiroso, por recurrir con tanta frecuencia y descaro a inventar o deformar las cosas para obtener beneficios electorales y apoyo popular.

Pero, aun concediendo que a menudo oculta, camufla o deforma el hecho a que se refiere, no se trata propiamente de que Trump mienta. El escritor canadiense, Jeet Heer, describió cómo se explicaba él los éxitos de Trump: "El tipo de gente que se siente atraído por él es el que confunde ser honrado con decir simplezas". Trump no miente: es un consumado artista soltando memeces y chabacanerías de forma ruidosa y llamativa, cada vez que le conviene o le apetece. Es un gran histrión, virtuoso de la ocurrencia y desprecia las alternativas básicas que constituyen el reglamento implícito de la convivencia: las oposiciones fundamentales entre la verdad y la mentira, entre lo cierto y lo falso, entre lo sucedido y lo imaginado.

Quien opta por esta línea de conducta descarta las reglas usuales de la representación -la actuación política es casi siempre un hecho teatral- y adopta una normativa diferente para su teatro, un modo de concebir la comparecencia pública como una actuación en la que resulta primordial agradar al público; y, sobre todo al público electoral del que se conoce su predisposición a sentir esta clase de entusiasmo. Cuando así, el líder recurre a obviedades, o a tonterías, y se especializa en emplear esas que le consta serán bien recibidas por el auditorio. Disfruta con la entrega que de esta forma obtiene del público. Lo de menos es la calidad de la obra representada.

Es tentador acercarse a los porqués de esta actitud de tantos responsables públicos y hace tiempo que se teoriza sobre ello. El profesor de Princeton Harry G. Frankfurt escribió en 1986 un ensayo ‘Sobre la patraña’’ (no es sencillo traducir ‘bullshit’, que también significa bobada, fantochada, sandez o gilipollez). La edición española (de M. Candel, Paidós, 2005) se tituló, discretamente, ‘On bullshit: sobre la manipulación de la verdad’ y se lee fácilmente (son menos de cien páginas). 

El neologismo posverdad alude a un escenario y a un desarrollo de los argumentos en la vida pública en los que la verdad, antes regla esencial, carece de importancia

Es frecuente ver a políticos usuarios de palabrería vacua y de la ocurrencia efectista que no se ocupan de establecer conexiones con la verdad. Piénsese en los británicos Cameron y Johnson. En España su representante más notable ha sido José Luis Rodríguez Zapatero, del que Pedro Sánchez es una derivación mutante. El objetivo primordial de Zapatero era el efectismo. Proponía dotar al orbe de una ‘alianza de civilizaciones’ (¿qué diantre podría ser eso en la realidad mundial?); o tener en cuenta que la tierra (¿o la Tierra?) no era de nadie, salvo, acaso, del viento; o exhibir en el Parlamento sus digresiones doctrinales sobre la nación, como si no existiese el artículo 2 de la Constitución; o asegurar -aún lo hace- que puso fin a la existencia de ETA, en una simplificación tan asombrosa y falaz como otras muchas de su cosecha. Buscaba pasar a la historia y no le bastaban para ello las aplicaciones prácticas de la política, como la regulación del matrimonio homosexual (necesariamente con ese nombre) o el amparo a la dependencia. Buscaba trascendencia. Y aún la busca, ahora en latitudes más tropicales. Este tipo de mentalidades infesta con su subjetivismo personalista al sistema y lo anega poco a poco. Trump, como Johnson, inventa ‘hechos’ que le favorecerían y niega los verídicos que le harían daño. En eso, coinciden con Nicolás Maduro.

"Pedro Sánchez recorre el terreno de la posverdad con un estilo propio, pero que difícilmente tendrá buen fin"

Pedro Sánchez ronda esos terrenos, pero anda otra vereda: la de afirmar y negar lo que sea en asuntos de cualquier cuantía. Sí es rebelión, no es rebelión; cero indultos, todos indultados; la amnistía es impensable, pero resulta posible... Eso no acabará bien.

Sánchez ha probado que accede sin esfuerzo (y en el día) a las exigencias de sus curiosos socios, enanos en votos y hostiles a España, con los que firma de tapadillo pactos opacos. Ya no precisa negar ni afirmar nada. Pedro Sánchez es su propia posverdad.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Guillermo Fatás)

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