Pajaritas

Monumento de las Pajaritas en el paseo de Ramón Acín, en el parque de Huesca
Monumento de las Pajaritas en el paseo de Ramón Acín, en el parque de Huesca
Pedro Etura

La Escuela Museo de Origami de Zaragoza, que ha cumplido diez años, es tan frágil como las pajaritas de Ramón Acín que, sin embargo, demuestran una gran vitalidad. Las instituciones han abandonado a la Escuela de Origami. 

Criaturas de papel tan frágiles como las propias instituciones a las que (exceptuando las diputaciones provinciales) se las puede llevar el viento. El Museo y Escuela de Papiroflexia es fuerte en su debilidad. Plegado, cabe en un bolsillo; es tan ligero que todas sus creaciones se podrían tender en la Romareda nueva y vieja a la vez con unas pinzas, como una colada de ‘Los seres imposibles’ de Antón Castro, venturosamente resucitados en PUZ.

Víctor Juan Borroy ha contado en un librito la increíble historia del carpintero –anarquista adolescente juzgado y absuelto en el año 38–, que colocó y mantuvo durante la dictadura las dos pajaritas de Ramón Acín en el retablo de la ermita de Nocito: cuando había público las desclavaba y luego las volvía a encajar, y el cura nunca dijo nada. Vistas ahora en su retablo –¡lo que ha avanzado España!– es obvio que son el Espíritu Santo y la Paloma de la Paz, charlando de sus/nuestras cosas: su historia merece asomarse al próximo Periferias, cuya bárbara supresión está siendo un reclamo formidable.

Una pajarita de Ramón Acín voló hasta la Plaza del Pilar en 2014 gracias al Museo del Origami, y ahí sigue. La papiroflexia y los materiales humildes que prefería Ramón –como el talento– sobreviven a la soberbia, la burocracia y la incuria: las que mantienen a los 21 niños de Caneto sin su escuela. 

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Mariano Gistaín)

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