Hormas para la memoria

Hormas para la memoria
Hormas para la memoria
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María Snegovaya y otros dos autores dicen en ‘Foreign Affairs’ (16 de noviembre) que Putin ha decretado, en 2022 y 2023, la lista de los "valores espirituales y morales" que deben asumir los rusos para cimentar "la conciencia cultural de la nación". Desde los zares, hay allí una larga tradición de control del recuerdo. Una horma para la memoria. 

Cierto que no fueron de igual intensidad la vesania política de Stalin y el estatalismo declinante de Yeltsin, pero la intención persiste y se ha agudizado con Putin. Tan autocrática es su actitud que el comunista Alberto Garzón la ha tachado de "inadmisible" y propia del "imperialismo zarista" (del estalinista no, que no hubo), al menos en lo que atañe a Ucrania.

Es típico, ese afán por modelar las mentes. Putin asume los mitos del estalinismo si son imperialistas y nacionalistas a la vez. La formidable resistencia rusa frente al feroz ataque hitleriano ha mutado ya en resistencia frente a Occidente, en general. Temeroso del conflicto ucraniano, Putin ha decretado estos meses cómo se debe ver y entender la esencia nacional rusa. En octubre, mandó al Consejo Presidencial de Cultura que "revisase significativamente los enfoques del ámbito cultural y su sistema de gestión estatal y municipal". Todo bajo control.

Mediante disposiciones de menor rango, se insuflan estos principios en el sistema de enseñanza, así ideologizado. A los libros de texto sobre la historia de la Gran Rusia se añade el ‘consejero’ que en cada escuela ‘orientará’ a los docentes en este punto. La visión del pasado ruso ha de explicar a los educandos su presente de forma conveniente y convincente. A Putin le importa mucho implantar una visión general de Rusia y de lo ruso que concluya en la ‘necesidad histórica’ de un caudillaje como el suyo.

Los regímenes con pretensiones autocráticas (teocracias incluidas) necesitan
establecer las reglas y el marco en el que debe moverse el pensamiento tolerado

Maestra de vida

Es antigua la consciencia de que el control de la historia aprendida conforma el pensamiento colectivo. Cicerón la llamó ‘maestra de vida’ y un siglo antes Aselión explicó que la historia daba al ciudadano "ardor para servir al Estado y aversión a las malas acciones". De eso trata la necesidad de los regímenes controladores de conciencias: enseñar a quién obedecer y a quién rechazar. Así, el pasado permite controlar el presente y orientar el futuro. Orwell describió luminosamente lo que Rodríguez Zapatero amagó con éxito mediante su peculiar España retrospectiva. Si el franquismo ideó la ‘Antiespaña’, cierta ‘memoria’ oficial predica hoy la simpleza de que todos los partidos republicanos defendían la libertad y que cuantos se opusieron al Frente Popular eran ‘fascistas’. Una España en blanco y negro (o en rojo y azul). ¿Será ilegal elogiar los ridiculizados pantanos de Franco, cuya política hidráulica fue la de Indalecio Prieto, como la de este continuó la de Primo de Rivera?

El jurista Antonio Colomer ha dicho recientemente de la Transición a la democracia tras la muerte de Franco que es "una epopeya de nuestro tiempo". Todas las tesis en disputa sobre las causas de su desarrollo (hipótesis sobre el magnicidio de Carrero, ventajismo de tal o cual personaje, manejos ocultos en los sucesos principales, valimientos extranjeros, etc.), no pueden velar lo que Colomer llama "su espíritu de concordia, reconciliación y consenso, desde posiciones plurales, para alzar el edificio constitucional, abierto a todos". Lo leo en la Revista Iberoamericana de Autogestión y Acción Comunal (www.ridaa.es), por él fundada hace ahora cuarenta años. Recuerda el valor permanente de los principios que deben mover a quienes buscan la justicia y la solidaridad. Esta también es una percepción antigua en el complejo cultural mediterráneo. De él surgió lo que suele llamarse ‘cultura occidental’, mescolanza feliz de estratos sucesivos cuyo producto, aún en evolución, marca un horizonte general de convivencia para millones de personas que resiste con ventaja casi todos los parangones. Quien llama eurocentrismo a este modo de ver las cosas, limita de forma sandia el alcance de esa creación milenaria y altamente adaptativa.

Colomer dice cómo, hace 2.400 años, "el médico griego Hipócrates se autoexigía un juramento de dedicación plena a sus pacientes, de profundo respeto hacia ellos, en su intimidad y confianza. Un deber profesional entendido como devoción moral". Ese rigor ético y deontológico "se puede trasladar a todos los oficios y profesiones, y también al comportamiento cívico". Con bondadosa ingenuidad, piensa que de tal rectitud moral, asumida por todos, brotará como fruto "el respeto a los derechos de todos y cada uno, respaldados por leyes justas". Es un bendito. En el Congreso de los Diputados duraría dos minutos.

Parece que el huido Puigdemont concederá audiencia a Sánchez fuera de España y este lo amnistiará a la carta. Los suyos han dado el gobierno de Pamplona a Bildu/Sortu/Batasuna. ¿Se castigará algún día recordar cómo ha sido de verdad todo esto?

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Guillermo Fatás)

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