Eso tan humano, los celos

Carles Puigdemont, en Bruselas.
Carles Puigdemont, en Bruselas.
Yves Herman / Reuters

Tendría gracia que, después de que Pedro Sánchez ha asumido todas las indignidades posibles, y alguna de las imposibles, y de que ha mostrado su inmejorable disposición para tragarse todos los sapos que le han ido sirviendo los separatistas, al final lo que estropease su segunda investidura fueran los celos. Sí, los celos, una pasión tan humana como la propia ambición que mueve al presidente. Y una pasión que tiene el potencial destructivo de una bomba atómica. Los celos que se tienen las dos principales fuerzas independentistas de Cataluña, ERC y Junts, y sus líderes, Junqueras y Puigdemont, que los dos quieren ser el más indepe del mundo. Sánchez dio la semana pasada mayor protagonismo a los de ERC, sellando con ellos el pacto para la amnistía y dejándoles que se apuntasen el tanto. La reacción de Puigdemont ha sido hacerse de rogar, pedir más todavía, para que quede claro que el mango de la sartén está en Waterloo. Y celos, también, en ese popurrí de egos y revuelto de partidos y partidillos contenidos en el movimiento Sumar. Los de Podemos, que saben que la estrategia de Yolanda Díaz pretende liquidarlos, se rebelan y quieren dar un puñetazo en la mesa que bien podría en algún momento arrojar la vajilla al suelo. Exigen que les garanticen ministerios, y si no... Los acuerdos que Sánchez va cosiendo para su investidura dependen de la resistencia de finísimos hilos. No está asegurado que aguanten la tensión con que estiran tantos intereses contrapuestos, tantos celos y recelos, tantas vanidades. Es el ansia viva del poder. Veremos.

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