Choque de tiempos

Choque de tiempos
Choque de tiempos
Heraldo

En las historias de viajes en el tiempo, hay un patrón que suele repetirse; los protagonistas contemplan un futuro desolador y, tras ello, regresan a su época para evitar que llegue a ocurrir, cuando aún es posible actuar. 

La trama nos resulta familiar porque la hemos visto y leído decenas de veces en múltiples variantes. Lo que pocas veces nos hemos planteado es que nuestro presente puede representar para otros ese futuro a eludir.

Desde un punto de vista historiográfico, todas las personas que habitamos hoy la Tierra vivimos en la Edad Contemporánea; sin embargo, las condiciones materiales en las que se encuentran muchas de ellas no son acordes a las características que definen teóricamente a este periodo. Así, en la actualidad subsisten algunas pequeñas comunidades aisladas que conservan un modo de vida propio o cercano al neolítico. Por su parte, sociedades como la afgana, bajo el gobierno talibán, mezclan elementos del siglo XX y del XXI, como el teléfono móvil o los fusiles Kalashnikov, con un ideario inspirado en las corrientes más rigoristas del pensamiento islámico medieval. La existencia de estas realidades supone que en el mundo conviven y se entrecruzan varias líneas temporales, además de diferentes culturas, religiones o visiones políticas. Lo que forma parte del pasado en ciertos lugares, en cambio, es el presente o el futuro en otros, y a la inversa. Una gorra de oficial con la iconografía de la hoz y el martillo constituye en Alemania un objeto de museo o un ‘souvenir’ para turistas, mientras que apenas a 1.304 km de Berlín, en Trasnitria, sus militares la portan orgullosos como parte de su uniforme. En sentido contrario, para las mujeres de Irán nuestra cotidianidad, en muchos aspectos clave, se parece más a ciertos fragmentos de su pasado, previos al triunfo de los ayatolás en 1979.

Podemos ver los distintos regímenes políticos y las diversas sociedades que en este momento coexistente en el planeta como representantes de épocas diferentes de la evolución humana, de manera que el presente de unos es el pasado o el futuro de otros

Viajar a través del tiempo resulta sencillo en este contexto. Basta coger un avión, leer un libro o conectarse a internet para traspasar sus fronteras. Hoy los tiempos se observan entre sí; sin embargo, esta interacción no ha dado como resultado la convergencia que imaginó Occidente después del final de la Guerra Fría, en una mezcla de ingenuidad y soberbia. Para los que instauraron y apoyan el tiempo que discurre en Irán actualmente, o en países como Rusia o Corea del Norte, nuestras virtudes no son una invitación, sino una advertencia de aquello en lo que podrían convertirse si bajan la guardia. Acostumbrados a nuestra normalidad, olvidamos que hubo una época no tan lejana en la que esta nos era extraña, como todavía lo es en bastantes partes del mundo; y que no faltaron entonces quienes se opusieron a las transformaciones y luchas que alumbraron los derechos que damos ahora por sentados, y que aún seguimos construyendo. Las decenas de tiranos y aspirantes a autócrata que nos perciben como una distopía (muchos de los cuales han vivido y estudiado en Occidente), y sus seguidores, comparten con estas personas ese sentimiento de rechazo ante los cambios que hemos experimentado, pero cuentan con una ventaja en comparación. Ellos han tenido la oportunidad de ‘viajar en el tiempo hasta su posible futuro’ y, en vez de limitarse a vivir los acontecimientos conforme se desarrollan, saben cómo transcurrirá la historia y a dónde conducirá, de modo que pueden alterar su curso donde todavía no ha sucedido, pero podría o ha empezado a hacerlo. No luchan contra los cambios, sino que los cortan de base, cuando apenas han echado raíces y son más débiles.

En estos casos, el conocimiento se utiliza para un propósito negativo. Curiosamente, y al revés, es muy probable que nuestro modelo de sociedad exista en parte gracias a ciertas dosis de ignorancia: la de unos jardineros que plantaron semillas sin ser conscientes del todo de los frutos que llegarían a brotar. Cuando por primera vez se reconoce el derecho a la educación de las niñas, pocos imaginaban el efecto dominó que generaría. Cómo la enseñanza llevaría a una incorporación más plena al mercado laboral, y el trabajo a aspirar a participar activamente en los asuntos públicos, en la ciencia, el arte, la economía, etc. Cabe que alguno de los promotores de este y de otros derechos se arrepintieran hoy de su decisión al comprobar sus ramificaciones; tan beneficiosas desde nuestro punto de vista, pero no necesariamente del de siglos atrás, incluso entre sectores aperturistas. Aquellos que ya los discutían entonces, por supuesto, habrían luchado con más tesón contra su concesión. Esta oscuridad, desgraciadamente, no aqueja a las modernas dictaduras, que han visto cómo a un derecho le sigue otro, de ahí que la mayoría se muestren implacables en su represión. Han aprendido que no somos inevitables; la buena noticia es que ellos tampoco. Esa es la esperanzadora e inquietante lección de los viajes en el tiempo, que otros tiempos son posibles. 

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Gonzalo Castro Marquina)

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