Sonrisa y mil ojos

El manto floral con la virgen en su cima que preside la plaza del Pilar
Sonrisa y mil ojos
Guillermo Mestre

Pasó el fiestorro, había cero ganas de que acabaran las fiestas. Las Fiestas del Pilar. A las 2 de la mañana del lunes empezó a lloviznar. Las barredoras nuevas hacen más ruido que el chirriar de dientes, o era el crujir. En fin. El silencio no se considera saludable. El vacío es caro de mantener. 

Llenar el aire de cosas, anuncios, ruido. Mientras no sean bombas, ni virus, ni chinches, vamos bien. Dentro del crack enquistado y del progreso continuo que compiten en franca pugna sale adelante cada día en la vaguada del Ebro y aledaños, hasta el Pirineo, Ademuz y más allá.

El vecindario se ha visto disfrutar y se reconoce en el jolgorio y eso hace ciudad, región, lo que venga. Los días posteriores a la Ofrenda son geniales, ríos de amor y selfis apacibles entre flores.

Cuesta saber lo que viene ya que cada hora cambia el panorama y mutan los horizontes, pero hay algo que mantiene el vínculo a pesar de las diversidades, o quizá por ellas mismas: la diversidad cortés estimula la inversión, siempre que nadie se acaballe mucho sobre los demás. Siempre que se respete a la minoría, y esto incluye a los menores y a los mayores, hay algo de esperanza y alegría difusa, lo que es el vivir chino chano o chin chin si hay brindis. La minoría, que no lo note, que se sienta mayoría. Lo del Evangelio, los últimos serán los primeros, etc. Y, por el mundanal estropicio, ir con mil ojos.

Pasaron las fiestas otras vendrán, en esa confianza o creencia vamos y venimos y a veces hasta sonreír sabemos. 

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Mariano Gistaín)

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