Historias en añicos

HIstorias en añicos
HIstorias en añicos
Lola García

Hace casi dos mil años que Cerdulo vivió en Magallón. Que se sepa, es el poblador más antiguo del lugar. En latín, Cerdulo no tiene que ver con cerdos, sino con ganar poco. Podría traducirse como Pobretón, Ganapoco o cosa así. Eso no era un nombre serio para un romano honorable, puede inferirse que su portador era esclavo.

Los nombres de los esclavos se ponían a capricho de sus amos. Hay muchos casos de nombres risibles o extraños al latín. Cabezón, Bocazas, Eros (por ser guapo... o lo contrario) y cosas peores. Con frecuencia, se llamaba a los esclavos, ellas y ellos, con nombre griego, pues el nombre del romano estaba reglado por ley. Muchas veces eran nombres hiperbólicos, como Alejandro o Alcibíades, lo que denotaba alguna cultura en quien lo imponía. El esclavo era comprado o bien nacido de otros esclavos de la casa. El nacido en la propiedad de un romano era ‘verna’ (de ahí, ‘vernáculo’, de casa).

Que en Magallón (Magallum) vivía el infeliz Ganapoco lo sabemos porque Isidro Aguilera, director del Museo de Zaragoza, y Borja Díaz, profesor de la Universidad de Zaragoza, han estudiado más de cien inscripciones diminutas (por breves y por pequeñas) incisas en piezas rotas de vajilla aparecidas en la comarca de Borja. Se trata de ‘graffiti’ hechos no durante la cocción de la cerámica, sino después, raspando o arañando la pieza, casi siempre de forma legible, pero sin remedio chapucera. Eso induce a pensar que los autores eran de pobre condición. Han ido apareciendo en una decena de yacimientos de la comarca de Borja. Entre ellos hay un nombre celtibérico y alguno en letras griegas.

Se hicieron desde los tiempos de Nerón hasta los de Cómodo (el malo de ‘Gladiator’), en una época de rico esplendor imperial.

Había muchas ‘villas’ romanas en el área, explotaciones controladas desde una rica vivienda principal, que gobernaba el laboreo en unas cuantas hectáreas de regadío bien concebido, abastecido por canales y acequias trazados con solvencia. Hay pruebas indudables de la compleja e inteligente regulación de esos cauces y de su régimen de explotación y cuidado. En Agón apareció, escrito en bronce, un largo reglamento de regantes del siglo II, estudiado por F. Beltrán e I. Aguilera, sorprendente por su rica regulación del asunto.

En esa área estaban Bursao, Belsino y Caravi (Borja, Mallén y Magallón), centros muy activos de una tupida red de actividades agropecuarias e industriales (hornos, por ejemplo) que, como se comprueba con estas pequeñas piezas, requerían que muchas personas, y no solo los ricos, supieran leer, escribir y hacer cuentas (hay un grafito con cifras).

La paciente tarea de arqueólogos e historiadores cosecha a veces preciosas recompensas, como la obtenida hace poco estudiando trocitos de vajillas por el Campo de Borja

Los muchos nombres helénicos no atestiguan, pues, habitantes griegos, sino esclavos. Lo eran o lo habían sido hasta ser manumitidos (liberados) por el amo y convertidos en ‘libertos’, que legal y moralmente se le vinculaban, pero no ya como personas libres, sino como ciudadanos de Roma.

El esclavo, en Roma, era una cosa (‘res’), legalmente equiparable a un animal o a un mueble. El trato inhumano al esclavo (‘servus’), sin estar prohibido, estaba en general mal visto. Y no era raro que el amo les permitiera administrar algún peculio por su cuenta.

En esta zona se atestiguan Diadúmeno (que lleva diadema, signo de dignidad), Estratonico (algo como Caudillo), Éutimo (Apacible), Cronio (Duradero ¿o Tardón?), Fédimo (Morigerado), Antimo (Florido), Hilario (Risueño) y Ático (en Collado de Borja y Torre del Pedernal). En Alberite hay Eutrapelo (Donoso) y Túrico, un celtíbero que sabía escribir, en El Cabezuelo de Épila.

Muchos de estos graffiti están hechos sobre piezas sueltas de una brillante vajilla de cerámica roja que se fabricaba en los grandes y cercanos alfares riojanos de Tricio. Allí se producían bellos juegos de mesa, que el fabricante sellaba (’terra sigillata’, tierra sellada) con su marca, según una moda itálica que arraigó con fuerza en el Ebro y en toda Hispania.

Es posible que una de esas inscripciones humildes se dirija al contenido del vaso, acaso pidiendo al vino que quite la sed a quien lo bebe, pues se lee bien un ‘rogo’, (o sea, que se ruega algo) y en otros lugares se atestigua esta costumbre.

Con solo seis letras (‘[i]rasci v[ictos]’), nuestros sabios han descifrado este antiguo verso: "Los vencidos airados no gustan nada". Sería como decir "El mal perder es feo". ¿A qué se estaría refiriendo el autor y por qué lo dejo inscrito en la taza? ¿Para alentarse tras una derrota? Otro letrero es un insulto, aunque no se sabe a quién, insufrible para un romano: se llama a alguien ‘cinedo’, sodomita pasivo. Quedó medio escondido en la base del cuenco, quizá como venganza oculta. Serían mujeres Lartila (en Mallén) y Cariase (en Alberite de San Juan). Escasas, en el conjunto.

Hay todo un mundo oculto en estas pequeñeces. Si de paseo encuentran uno de estos pedacitos, anoten el lugar y llévenlo al Museo. Allí será debidamente interrogado y contará su historia.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Guillermo Fatás)

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