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  • EDITORIAL

Justicia para Giménez Abad

Manuel Giménez Abad interviene en un pleno de las Cortes de Aragón en el año 2000.
Manuel Giménez Abad interviene en un pleno de las Cortes de Aragón en el año 2000.
Carlos Moncín / HERALDO

Por fin, veintidós años después, se ha hecho justicia y el asesino de Manuel Giménez Abad ha sido condenado. Es una buena noticia que demuestra que el Estado de derecho no ceja en su tarea de investigar y dar respuesta penal a los delitos cometidos por ETA. El asesinato, cruel y bárbaro, injustificable, como todos los crímenes de la banda terrorista, del que fuera presidente del PP en Aragón conmocionó a toda España pero especialmente a la sociedad aragonesa y era un agravio que continuase impune.

Aquel 6 de mayo de 2001, dos pistoleros de ETA sorprendieron a Manuel Giménez Abad cuando se dirigía a pie, en compañía de uno de sus hijos, a ver un partido del Real Zaragoza. El asesino, Mikel Carrera Sarobe, consiguió durante años escapar a la acción de la Justicia, pero por fin pudo ser identificado, juzgado en la Audiencia Nacional el pasado mes de julio y condenado ahora por su crimen a 30 años de prisión. Aunque se desconoce todavía quién fue su cómplice, la condena de Carrera pone fin a la impunidad y restablece en la medida de lo posible el equilibrio moral roto por un crimen brutal que acabó con la vida de un político democrático, íntegro y respetado por los aragoneses. La esposa y los hijos de Giménez Abad, y la sociedad aragonesa, tienen ahora al menos el consuelo de saber que se ha hecho justicia. Uno de los jueces del tribunal ha emitido un voto particular, pero es de esperar que la sentencia se mantenga si hay recurso ante el Supremo, pues la identificación del asesino ha sido inequívoca. El Estado de derecho no puede desistir de su tarea de esclarecer todos los delitos cometidos por la banda terrorista ETA, que se ensañó durante largos años contra la democracia española, dejando un rastro de sangre y sufrimiento. Las víctimas del terrorismo merecen respeto, memoria y justicia, y los asesinos deben sentir el reproche social del que sus crímenes les han hecho acreedores.

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