Arquitecto de una Zaragoza pensada

José Manuel Pérez Latorre expone en las Cortes de Aragón.
José Manuel Pérez Latorre, arquitecto y pintor, en su estudio
Guillermo Mestre.

Con el final de la vida de José Manuel Pérez Latorre, un hombre culto, crítico y en no pocas ocasiones criticado, de lo más parecido que hemos tenido por aquí a un arquitecto estrella, se va también un poco una forma de ejercer su oficio, y de hacerlo queriendo hacer ciudad, que es todavía reciente pero que parece ya de otro tiempo.

De cuando se pensaba Zaragoza a lo grande, Aragón por extensión, ambicionando la solución a carencias básicas como la de un Auditorio (su creación más aplaudida internacionalmente, la más cuestionada aquí por los sobrecostes en la construcción) o un lugar donde exhibir, primero, el legado escultórico de Pablo Serrano, y que luego, tras su ampliación, sirviera como punta de lanza de la creación en la comunidad como Instituto Aragonés de Arte y Cultura Contemporáneos

Suyo fue también ese cubo de ónice ante la fachada principal de la Seo, sobre el Museo del Foro de Caesaraugusta, de cuando se intervino sin miramientos en la plaza del Pilar y su entorno. O el que fuera pabellón autonómico en la Expo de Sevilla y luego sede de la CREA, también el hotel Reino de Aragón, la restauración del Principal o la de la fábrica de La Zaragozana... O, a otra escala pero igualmente muy importante para el pulso de esta capital, la rehabilitación del Plata destinada a su reapertura como café cantante (actividad que tristemente se ha vuelto a perder). Hitos repartidos aquí y allá por Zaragoza, integrados en la cotidianidad de las casi 700.000 personas que la habitan.

Pérez Latorre murió ayer a los 76 años. Siguen activos algunos referentes locales de su generación y de otras posteriores, tampoco muchos, que comparten la ambición y el compromiso intelectual y/o trabajan la arquitectura considerando lo colectivo. Y queda sobre todo, aunque apenas trascienda ahora al debate público, la necesidad de discurrir el futuro de la ciudad con grandeza (no necesariamente con fogonazos) para atender las necesidades de siempre y otras nuevas, tan perentorias, derivadas de la crisis climática.

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