Por
  • Aurelio Viñas Escuer

Espiritualidad y materialismo

Misa celebrada por el papa Francisco, del último día de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) de Lisboa (Portugal)
Misa celebrada por el papa Francisco, del último día de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) de Lisboa (Portugal)
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Recuerdo perfectamente la perogrullada de una señora que, en un programa de radio, preguntó si la primera comunión de los niños podía hacerse por lo civil, pues no quería privar a su hija de esa fiesta tan singular, pero sin acercarse a la iglesia para nada. 

Eran ya los años en los que los niños, sobre todo los chicos, hacían pomposamente la primera comunión y ya no volvían más a la iglesia. Luego empezaron a imitarlos las chicas.

Todo esto comenzó hace alrededor de veinte años. Quizá un poco más. Ahora se han dado unos pasos negativos hacia delante y se han suprimido incluso los bautizos. Así ya no hay que andar luego con las falsas primeras comuniones. El resultado final es que las iglesias se están quedando vacías, algunos conventos se cierran y los viejos monasterios pasan a ser simples piezas de museo y no lugares de oración. Por supuesto que la educación religiosa de los estudiantes ha decaído casi totalmente.

Yo me considero creyente y soy hombre de misa dominical y algún día más. Y muy rara vez veo asistir a misa a hombres que anden por debajo de los treinta o cuarenta años. Las mujeres son más fieles a las creencias, o más tradicionales a las viejas costumbres, y frecuentan más las iglesias, aunque también van a menos. Ese antiquísimo evento entre la fe y la razón no puede ser más evidente ni estar ya más desarrollado.

Al margen de los planteamientos puramente religiosos, inherentes a cada persona o cada familia, ¿todo lo comentado tiene alguna repercusión en la sociedad? Es evidente que sí. Y repercusiones muy negativas. Los suicidios aumentan, la eutanasia gana adeptos, las infidelidades y rupturas matrimoniales cada vez van a más, la amistad y la confianza entre las personas languidece, la violencia y las agresiones entre jóvenes se multiplican y desechan la reconciliación y, por otra parte, crece la convicción de que las relaciones entre el cuerpo y el alma finalizan con la muerte, ya que estiman que el alma es una pobre manifestación de la inteligencia que, según escribió Emilio Verhaeren, le fue dada al hombre para dudar.

Unas dudas que, lo mismo en el aspecto social que en el puramente religioso, debemos rechazar de cuajo. León Tolstoi escribió: "El hombre puede ignorar tener una religión, como puede ignorar tener un corazón; pero sin religión, como si corazón, el hombre no puede existir". Pues parece que ahora tratamos de ignorarlo todo, sepultando la espiritualidad en crisis en el materialismo creciente. El número de agnósticos se multiplica, dejando incluso de creer en Dios. Esto nos lleva de algún modo a reflexionar sobre las opiniones de Miguel de Unamuno cuando escribió: "Nadie ha logrado convencerme racionalmente de la existencia de Dios, pero tampoco de su no existencia; los razonamientos de los ateos me parecen una superficialidad y futileza mayores aún que los de sus contradictores".

Y la Iglesia, fundada por el propio Jesucristo, el Mesías, para hacer presente a Dios en medio de los hombres a lo largo de toda la historia, ¿qué dice de todo esto? En dos mil años de historia ha conocido pros y contras, pero siempre ha salido adelante con la ayuda de la oración, el ejemplo y la esperanza de todos los creyentes.

Todo esto ha aconsejado ahora a la Iglesia a celebrar un sínodo muy especial en Roma entre el 4 y el 29 de octubre. Seguramente se tratarán con el máximo rigor todos los temas relacionados con la espiritualidad y el materialismo, esperando una vez más que Dios sea misericordioso, justo y complaciente. Así lo deseamos fervorosamente los muchos que todavía nos consideramos creyentes y damos todo su valor a la dimensión sagrada del alma.

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