La cooperativa de Aniñón

Imagen de archivo de las instalaciones de la Cooperativa Niño Jesús de Aniñón
Imagen de archivo de las instalaciones de la Cooperativa Niño Jesús de Aniñón
MACIPE

La Cooperativa Niño Jesús de Aniñón se ha visto abocada al concurso de acreedores. Fundada en 1979, aglutinaba a casi 200 agricultores de la propia localidad y de pueblos cercanos. El futuro de esta cooperativa es inviable, por los años de mala producción y de bajísimos precios que se han sucedido. 

Años desastrosos en la cereza y la vid, reduciéndose el número de productores y de socios. Se une también un sobredimensionamiento de las instalaciones y el mal futuro de la política de créditos.

Para un pueblo, que desaparezca un negocio es siempre una mala noticia. Lo es más si lo que desaparece es la cooperativa, que ha unido a los agricultores locales en la defensa de su modo de vida. Un sector agrario en crisis, con problemas que no hacen sino oscurecer más el panorama. A finales del 2019 Asaja decía que los agricultores "habían pasado de la preocupación al miedo": precios estancados, una ganadería extensiva en retroceso, una burocracia que ahoga al agricultor y al ganadero y una normativa que muchas veces no se ajusta a las realidades.

Urge rejuvenecer el sector agrario. De los perceptores de la PAC sólo el 0,55% de los agricultores españoles que reciben ayudas europeas tienen menos de 25 años. Muchos jóvenes se quedarían, pero los gobiernos deben desarrollar políticas de recuperación de la vida rural. Un país que descarte la producción agraria y se abastezca importando comete un disparate.

Hay algo que depende del propio sector: conseguir estructuras más fuertes para competir. Las cooperativas agrarias deberían fusionarse muchas de ellas. En España son cerca de 4.000 entidades, que con 1,2 millones de socios crean 100.000 empleos. Facturan 20.000 millones de euros, más del 45% del valor de la producción nacional. Llevan el peso dominante en la producción de materias primas en muchos sectores, pero a la hora de la verdad ese peso no se traduce en poder real en los mercados. Salen perdiendo frente a las empresas procesadoras y frente a los grupos de distribución.

Una asignatura pendiente para los responsables de la política agraria y para los propios agricultores y ganaderos. 

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