Por
  • José María Serrano Sanz

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Aficionados del Real Zaragoza en la Romareda.
Aficionados del Real Zaragoza en la Romareda.
Dune Solanot / HERALDO

Ese era el número de abonados del Real Zaragoza el pasado 31 de julio, según la información oficial del club. 

Más que cualquier otro equipo de la segunda división, incluidos los recién descendidos. No importa que la campaña del último año no fuera gloriosa, ni que llevemos demasiado tiempo sin estar en primera. No importa que cada año tengamos que aprendernos los nombres de al menos la mitad del equipo; y, además inútilmente, porque a la siguiente temporada ocurrirá lo mismo. No importa que algunos hayamos podido disfrutar del fútbol-arte de los Magníficos o los Zaraguayos, tan lejano del actual. Ni que apenas podamos recordar ya la emoción de una final, eso que nos llegó a parecer tan normal no hace tantos años. Seguiremos yendo a La Romareda, aunque cada domingo, lamentablemente, no tenga una cita con el gol, como quería la canción. A pesar de que cada vez más parezca uno de esos magníficos palacios que vivieron tiempos gloriosos y hoy resultan incómodos en espera de la bendita reforma que todos deseamos.

Si alguien no se creía que el Zaragoza es más que un club, que repase las cifras de abonados en la travesía del desierto de segunda y las compare con cualquiera. Que compruebe cada domingo la cantidad de niños y jóvenes que se acercan al campo con la camiseta, porque el fútbol en Zaragoza ha dejado de ser cosa de viejos nostálgicos. El amor al Zaragoza es amor a la ciudad.

José María Serrano Sanz es académico de Ciencias #Morales y Políticas y catedrático de Economía (Unizar)

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