Por
  • Katia Fach Gómez

Instantes de oro

Varios niños, el lunes en el colegio Gascón y Marín de Zaragoza, en el primer día de colonias.
Instantes de oro
TONI GALÁN

Hay instantes que se sienten eternos y que además son oro puro. Y no me estoy refiriendo al minuto de oro del ya caducado debate Feijóo-Sánchez. Y menos aún al mercantilizado ‘sí, quiero’ de Tamara. 

Mis instantes preferidos de este mes de julio se han repetido, de lunes a viernes, en la puerta de unas colonias municipales. Allí nos arremolinábamos al final de cada mañana un nutrido grupo de padres, abuelos y demás familiares; todos dispuestos a recoger a nuestros respectivos niños.

Los saludos rápidos y las charlas ligeras entre adultos no eran sino una antesala cortés del momento que los allí congregados esperábamos con indisimulada ansia: la apertura de la puerta del centro y la salida escalonada de las chicas y chicos. A las 14.00 horas, del interior del edificio comenzaba a despuntar una fila de chavales que, como un collar de cuentas, tenían que ser entregados uno a uno a los autorizados para recogerlos.

En ese instante, la vida comenzaba a fluir a cámara lenta: unos ojos chisporroteaban al divisar un rostro conocido, unas piernecillas tersas corrían presurosas hacia el regazo materno, una mano agitándose en la lejanía encendía una sonrisa resplandeciente, un gritito de sorpresa se agradecía con un emocionado abrazo, un beso hacía estallar una risa cristalina... Esos instantes áureos eran tan estremecedoramente bellos, tan intensamente felices, que hasta una ligera brisa nos envolvía haciéndonos olvidar -solo por unos instantes- la todopoderosa canícula zaragozana.  

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