Las chicas sin los chicos

Mujeres, en una imagen de archivo.
Las chicas sin los chicos
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Parece una parodia al revés de una popular canción de la época yeyé. ¡Cuánto han cambiado las cosas! Lo que desde entonces era una actitud rompedora de los años del franquismo (en los cuales se llevaba una actitud, casi sacrosanta, de que los sexos no se mezclaban) se está viniendo abajo a pasos agigantados. 

Desde 1939, la mujer debía, aparte de serle fiel a su hombre durante toda la vida, aparentar (y llevar) un estilo de vida mojigato, no mezclándose apenas hasta su formal noviazgo con más hombres que aquel con el que iba a compartir su vida. Los noviazgos debían ser cortos o largos, pero siempre instantáneos en la decisión.

Como decía, en los años sesenta (a veces un poco antes) ya se veían grupos de juerga y alterne mixtos, y en los primeros setenta ya se estilaban colegios donde en el COU (último año de las enseñanzas medias) el alumnado era muchas veces mixto. Por supuesto, que en la época universitaria era normalísimo ver chicas y chicos juntos, y no solo en las aulas, sino también en discotecas (‘boîtes’ se llamaban entonces, cuando todavía estaba de moda la lengua de Molière), bares y terrazas, claro. Curiosamente (quizá después del brusco castigo a las relaciones sociales que supuso la pandemia), ahora que ya somos libres, comprobamos, con la gran fiesta de las terrazas abarrotadas y comiéndose el asfalto, que la historia es cíclica.

Basta abrir los ojos. En las terrazas veraniegas casi se ven solamente grupos más o menos numerosos de mujeres de todas las edades. Apenas grupos de hombres. Y difícilmente grupos mixtos de hombres y mujeres. Como si fuesen mundos opuestos que no puedan relacionarse. ¿A tanto llega la misoginia del hombre de hoy? ¿A tanto llega el recelo de las mujeres hacia los varones? ¿Se encuentran más a gusto así? Escasos chicos con chicos, y las chicas con las chicas por doquier.

La cuestión es que, cada vez más, se ve a la gente separada por sexos. Así es difícil lo que en nuestros tiempos se llamaba ‘ligar’, o sea alternar con alguien del sexo opuesto para que ese alterne fuese la puerta de entrada de algo más. Siendo que también la puerta de entrada adolescente al otro sexo es a menudo el contacto grupal de amigos y amigas juntos, parece que la sociedad tiene difícil el procrear y, por tanto, el relevo generacional. Y como parece que a muchos no les importa, porque además no quieren tener hijos, pues piensan más o menos conscientemente: Total, para lo que les aguarda.

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