Según la documentación incautada a ETA, la Policía ha concluido que Mikel Carrera Sarobe ‘Ata’ y Miren Itxaso Zaldua ‘Sahatsa’ integraban el comando terrorista que asesinó a Manuel Giménez Abad el fatídico 6 de mayo de 2001. 

Gracias al tesón de las fuerzas de seguridad y de la familia, los terroristas se sientan desde ayer en la Audiencia Nacional en el banquillo de los acusados. En el primer día del juicio, Carrera Sarobe y Zaldua le dijeron al juez que el día en que, según la acusación, segaron la vida del líder del PP en Aragón estaban, en realidad, librando. En una fiesta en el País Vasco, ella; en el cine, él. Es terrible la crueldad con que los etarras mataban; y muy desasosegante el cinismo con el que mienten; la obscena banalidad de sus excusas.

El de Manuel Giménez Abad es uno de los cientos de crímenes de ETA que están por resolver. Sus autores no han pagado todavía por sus atrocidades por el silencio de los propios criminales pero también por la complicidad de quienes podrían ayudar a esclarecer los atentados. En cierta forma, puede que Zaldua tenga razón cuando dice que estaba en una fiesta; porque los etarras vivieron durante décadas en una fiesta macabra, en una orgia de sangre a la que pusieron fin la valentía de los demócratas y la fortaleza del Estado de derecho.

Ayer, Borja Giménez Larraz, que caminaba junto a su padre hacia La Romareda cuando el asesinó le disparó mortalmente, reconoció a ‘Ata’ sin vacilar. Nada cura del todo el dolor ni la ausencia, pero que se haga justicia es, como ha dicho Manuel Giménez Larraz, el mejor amparo que merecen la familia y todos los aragoneses.

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