La máquina la hace el hombre / y es lo que el hombre hace con ella". Lo cantaba Jorge Drexler en ‘Guitarra y vos’, a principios de siglo, sin intuir la inminente resonancia que iba a tener la revolución tecnológica. Mañana, gracias a la inteligencia artificial, la máquina quizás sea algo más de lo que el hombre hace con ella, pero hoy la tecnología ha alterado ya nuestra forma de ser y de estar.

Desde hace algunos años vivimos permanentemente conectados a las redes sociales, reñidas con el diálogo constructivo y programadas con un algoritmo que da prioridad a aquellas publicaciones coincidentes con nuestra forma de pensar. En este contexto, la polarización parece inevitable. También el populismo, que cala en una sociedad infantilizada impaciente por escuchar que existen soluciones fáciles a problemas complejos. Y el individualismo, que da como resultado una ciudadanía que solo se moviliza con los asuntos que le afectan directamente.

Los partidos políticos, de forma darwinista, han contribuido a profundizar esta dinámica: se han adaptado al nuevo escenario redoblando sus esfuerzos en comunicación y márquetin, con discursos inflamados y dirigidos a segmentos electorales minoritarios. Posiblemente, también, le han prestado menos atención de la debida al diseño sosegado de políticas públicas. Ciertamente, debe ser difícil no dejarse arrastrar por la corriente, pero también sabemos que echar gasolina al fuego es la mejor receta para terminar socarrados… Y todavía no estamos en julio.