Por
  • Isabel Soria

Tirar del carro

Tirar del carro
Tirar del carro
Pixabay

Me encanta el frescor de las madrugadas de junio. Además, como están los tilos en flor hay un maravilloso aroma por el paseo Independencia y sus aledaños. 

Por si fuera poco, ha llovido y se agradece la humedad en la piel. Yo, como casi todas las mañanas he ido derrapando por los minutos entre el despertar de mis hijos, su desayuno, su higiene, prepararlos y llevarlos a la escuela. Al dejarlos en el colegio, que tengo literalmente a los pies de mi casa, me descomprimo, respiro hondo y pienso: es como si dejara dos menhires, al más puro estilo de Obélix, pero sin poción mágica alguna para la energía o para la paciencia. Mientras comento con algún padre o madre que el curso ha pasado tan rápido como Speedy Gonzales por los desiertos de Nuevo Méjico y me despido, doy la vuelta a la esquina de mi cole. Como todos los días me cruzo con una madre, como yo, pero con una gran diferencia. Ella es en esencia poción mágica. Ella lleva a su chico preadolescente en silla de ruedas. No sé si huele los tilos ni si agradece la humedad en la piel, pero lo que está claro es que si yo dejo unos cuantos pasos atrás a mi par de menhircicos, ella tira un crómlech. Hace tiempo que quería dedicarle esta columna, aunque probablemente no lo sabrá nunca. A ella, y a tantas personas, que son muchas, que como ella tienen a sus hijos con algún tipo de discapacidad, ya sea mental o física. Que les empujan, y que están con ellos, y que como madres o padres desean lo mejor para ellos y les quieren con locura. Así que para ellos, mi admiración, estas pocas letras y mi máximo respeto y reconocimiento: vosotros sí que tiráis del carro.

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