Por
  • Julio José Ordovás

Madrid feérico

Madrid feérico
Madrid feérico
Matt Dany para Unsplash

Ami hijo le dan pavor los cabezones de Plensa con los que tropiezas al salir de Atocha, y la verdad es que a mí un poco de yuyu también me dan.

Los taxistas y los camareros son más importantes de lo que parecen porque la impresión que nos llevamos de una ciudad depende en gran medida de ellos. Cuando un catalán coge un taxi en Madrid, resulta que el taxista, vaya por Dios, siempre está escuchando la COPE y al parecer eso atenta contra su inteligencia, su sensibilidad y, lo más sagrado, su identidad. ¿Pero qué quieren que escuchen? ¿RAC1?

No me cabe ninguna duda de que los camareros madrileños (da igual si de nacimiento o de adopción) son los principales artífices del buen rollo que transmite la ciudad de los cayetanos y los ‘vallekanos’. Con un doble de Mahou y unas aceitunas en una barra de zinc yo soy feliz, no necesito mucho más. Diligentes y chistosillos, los camareros madrileños te reconcilian con esa ciudad umbraliana y sabinera, capital de la gloria y del dolor, una ciudad que aglutina y fagocita el mundo hispánico. No exagero: pillas el metro en Callao y si cierras los ojos y abres los oídos te sientes un gallego en el ‘subte’ de Buenos Aires.

La plaza de la Villa es aún más abstracta y fantasmagórica de lo que era desde que murió Javier Marías, su más ilustre y cascarrabias inquilino. En ‘Los enamoramientos’, su novela más madrileña, Marías hablaba del Museo de Ciencias Naturales y decía que era un lugar feérico. Sonrío al pensar que hay un Madrid feérico, como hay un Madrid castizo y un Madrid sobredorado y corrupto, y que por él se pasea el fantasma de Marías acompañado de algunos de sus personajes de ficción.

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