Donde el dinero llueve del cielo

Donde el dinero llueve del cielo
Donde el dinero llueve del cielo
Cinemanía

En una historieta de Walt Disney, el almacén de dinero del Tío Gilito explota y lanza a las nubes toneladas de billetes, que luego caen regando varios kilómetros a la redonda para gozo de quienes los encuentran. Pues algo muy parecido es lo que ha ocurrido en España, y en Aragón, durante esta campaña electoral. 

Los políticos, empezando por el inquilino de la Moncloa, han puesto un petardo en el almacén del dinero y se han echado a repartir el maná a manos llenas, esto para los jóvenes, esto para los abuelos, esto para las montañas, aquello para los valles... siguiendo las ocurrencias de su neurona. Que al final nos hayamos enterado de que había chapuceros que andaban comprando voto a voto por cien euros casi da risa. ¿A quién se le ocurre ir con sobornillos de puerta en puerta cuando es mucho más fácil y eficaz comprar los votos en masa desde las páginas del BOE o del BOA o con anuncios y promesas de millones y más millones?

Ya sabemos que las dádivas son propias del tiempo electoral, pero esta vez la cosa ha sido especialmente obscena. Y con extremos ridículos también, como esas entradas de cine a dos euros para los jubilados. Y aún no hemos terminado, ayer mismo un candidato a alcalde de Huesca prometía autobuses urbanos ‘gratis total’ para todos, todos los días. Eso en Huesca, ¿y los zaragozanos qué, que nos parta un rayo? ¡A ver si Natalia y Lola reaccionan!

Menos mal que la mayor parte de esas promesas y de esos anuncios no se van a cumplir, porque no hay que olvidar que aquí, a diferencia del cuento de Disney, la pasta no es del Tío Gilito, es nuestro dinero el que los políticos están lanzando al aire. Así que lo que nos den con una mano nos lo quitarán con las dos.

Conste, por otro lado, que las historias del Pato Donald y familia son auténticas ‘masterclass’ de economía si uno sabe leerlas fijándose no solo en lo que hay, sino también en lo que falta. Allí salen el ricachón Tío Gilito y vagos redomados como Donald y Narciso Bello, y el argumento es siempre la riqueza y la pobreza. Pero, salvo el policía y los Golfos Apandadores, ladrones profesionales, allí nadie trabaja, ni rastro de actividad productiva, ni una fábrica ni un campo de cereal ni una empresa. Nada. Uno se baña en su piscina de monedas y los otros malviven de la parquísima caridad de su tío millonetis. Y si acaso, se van juntos a buscar algún fabuloso tesoro como el de las siete ciudades de Cibola, que es la única manera de aumentar la riqueza de la familia. El fetichismo del dinero en versión extrema. Pues pareciera que nuestros políticos se imaginan la economía española de la misma manera, según el modelo Pato Donald. El dinero está ahí y solo hace falta que un gobierno progresista se preocupe de repartirlo, ¿cuál es el problema? "Oiga, ¿y no haría falta alguna fábrica?". "Bueno, precisamente estamos esperando que llueva una del cielo, una de baterías?". ¡Mecachis, que al final ha caído en Inglaterra!

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