Desratizar

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Fiorella Balladares

Una plaga, dice el diccionario, se produce cuando aparecen de forma ‘masiva y repentina’ algún tipo de seres vivos de una "misma especie que causan graves daños a poblaciones animales o vegetales, como, respectivamente, la peste bubónica y la filoxera". 

Las plagas más famosas de nuestro acervo son las de Egipto. Pese a la distancia, siguen siendo una referencia. De las diez que sufrieron aquellos egipcios, resuenan la lluvia de ranas, las plagas de piojos, de tábanos o la de langostas. Tuvo que ser tremendo. Los pelos se ponen de punta sólo imaginando cómo sería aquel desastre ‘ambiental’. Y salvando las distancias, si las cosas siguen como van, la proliferación de mosca negra en el Ebro será una muestra donde compararnos. La sequía, el calor y las riberas harán el resto.

Una plaga también dice el diccionario que es "calamidad grande que aflige a un pueblo"; "daño grave o enfermedad que sobreviene a alguien". Y añade tres acepciones más destacando el infortunio, la abundancia de lo nocivo y, como algo menos usado, úlcera o llaga. Esa idea de calamidad tanto colectiva como individual es la clave. En el caso del relato bíblico tenía una función moralizante y sociopolítica. En nuestro tiempo, eso suena a cuentos del pasado. En esta sociedad de consumo, opulenta y digitalizada, ni aquellas plagas ni aquellas profecías tienen sitio. Hemos expulsado del imaginario social explicaciones de ese tipo. Ahora nos conformamos con otros relatos. Sin embargo, las plagas no han desaparecido. Incluso tenemos otras que ya no son sólo resultado de bichos, como la de pantallas, que atonta especialmente a niños y jóvenes. U otras como la de pastillas de fentanilo que parece lejana, pero asola Estados Unidos y más pronto que tarde nos traerán quienes negocian con drogas. En estos ejemplos el daño es, primero, individual, pero después, se hace colectivo. Y tiende a concentrarse en población vulnerable, aunque no siempre.

Las personas tóxicas pueden convertirse en una plaga que pervierta el funcionamiento de cualquier organización

Además, la reciente pandemia del SARS-CoV-2 nos ha mostrado el rostro de una plaga que seguimos sin saber su origen, pasó de epidemia a pandemia y a un problema de salud global. Esto lo hemos vivido y lo tenemos fresco. Sabemos las consecuencias que tiene no haber intervenido a tiempo. La prevención, hemos comprobado, es esencial y vale para otros ámbitos de la vida, por ejemplo, en organizaciones sociales, empresas y administraciones. Ahí, las plagas ya no son sólo de otros seres vivos. Las ratas de dos patas suelen ser la causa.

En esto sabemos que algunos humanos y también humanas son especialmente calamitosos. Son contaminantes, pervierten el clima laboral, social, ciudadano y lo que tocan. Crean alianzas para sobrevivir y extender su toxicidad. Es fácil caer en su trampa. En su formato simple, se ven a primera vista. A poco que hablen se descubre su grado de cinismo. Éste termina delatando los patógenos que portan. En el formato más sofisticado y perverso, se camuflan mientras extienden su maldad. Consiguen que otras personas caigan en su estrategia, les hagan el trabajo ‘sucio’, manteniéndose en la sombra dejando que su carcinoma haga el resto. Juegan con distintas zanahorias, con promesas seductoras capaces de aprovechar la debilidad de quienes tienen cerca. Ofuscan la voluntad de sus próximos para romper relaciones y proyectos de grupos, de comunidades y de organizaciones.

En el ámbito de la política, las elecciones

Al igual que cuando en una casa se descubre una rata o un ratón hay que evitar que se convierta en plaga, con las de dos patas lo mismo. Si se deja crecer a esos bichos rastreros, su falta de escrúpulos hará que los daños serán irreversibles. En sus formas más taimadas y perversas no es sencillo identificar sus efectos. Cuando se descubren suele ser tarde; pero si la infestación no es total, es posible desratizar el entorno. Esto también es aplicable a la arena política. Siempre queda margen.

En la política profesional de un Estado social y democrático como el nuestro, las elecciones son la oportunidad para desratizar las instituciones y las administraciones. Son el momento más adecuado para eliminar calamidades y, al menos, probar alternativas que despejen de plagas y parásitos la cosa pública.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Chaime Marcuello)

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