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  • Editorial

Reino Unido corona a Carlos III

La familia real británica, sin Harry, se une a la primera salutación oficial desde el Palacio.
La familia real británica, sin Harry, se une a la primera salutación oficial desde el Palacio.

La coronación de Carlos III, en una ceremonia con liturgia y rituales de más de un milenio de antigüedad, es un símbolo de la permanencia de la casa real británica y una sobresaliente exhibición de la estabilidad y la influencia global de las monarquías parlamentarias. Aunque en su día existieron dudas sobre el futuro de la Casa de Windsor una vez Isabel II no estuviera en el trono, la transición se ha llevado a cabo de una manera tranquila en un país en el que los que prefieren la monarquía superan con creces a los que prefieren un jefe de Estado electo. El dispositivo preparado por el Gobierno, la casa real y las principales instituciones británicas ha sido una ambiciosa operación para demostrar al resto del mundo que el Reino Unido sigue siendo un actor internacional a tener en cuenta y que la Corona forma parte de su esencia como país.

Una Gran Bretaña en crisis existencial, económica y social ha abierto este fin de semana un breve paréntesis temporal en su desazón para hacer un guiño a su pasado y a su historia, con la esperanza de recuperar parte de la gloria perdida. La coronación de su nuevo rey ha sido vista en televisión por millones de personas en todo el planeta y ha reunido en Londres a un centenar de jefes de Estado, entre ellos el Rey Felipe, y a una treintena de representantes de familias reales. No ha faltado pompa, boato y tradición, pero tampoco exhaustivas medidas de seguridad con drones, técnicas de reconocimiento facial y una polémica ley que facilita realizar detenciones por perturbación del orden público. Dentro del terreno de juego que le asignan las normas constitucionales, Carlos III afronta el reto de modernizar la institución que encabeza mediante una mayor transparencia y cercanía al pueblo. A partir de ahora debe demostrar que está a la altura de las exigencias de ejemplaridad de las monarquías parlamentarias.

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