Por
  • Mercedes Nasarre

Maternidad

Maternidad
Maternidad
Pixabay

Le debemos la vida a una mujer, así de literal, aunque para concebir un hijo se necesitan un hombre y una mujer. Pero, ¿qué hay de esencial en la maternidad?

El estudio del lenguaje nos ofrece pistas sobre la realidad, como si, misteriosamente, el signo la dotara de sentido. La palabra madre precede del latín, ‘mater’, que significa matriz, el lugar del origen, donde todo empieza. Madre es cuerpo, nutrición, raíces. Se toca y se huele, es naturaleza.

‘Ma’ es un sonido universal, una sílaba que surge espontáneamente de la garganta infantil. Del reflejo primario de mamar a producir sonidos con los labios, así empieza la aventura humana, porque toda identidad es relacional y empieza con la madre. Ella acoge a otro, lleva en su seno al hijo. La madre es el vehículo de la vida. Pero esta mujer necesita de otros para cuidar al niño, sin sentirse apoyada no es posible realizar una buena crianza. Son esas estructuras en las que apoyarse donde se pudo originar el núcleo de la sociedad humana, el lenguaje, las primeras culturas. Y son dichas estructuras las que se van modificando a lo largo de los años con los cambios culturales y sociales.

A la madre la puede apoyar otra mujer, de la familia o no, o el padre, o la comunidad, etcétera, pero siempre necesita de otros para cuidar a los niños, porque tener hijos es ocuparse de personas que son dependientes muchos años. Este ser necesitada de otros y por otros es el origen de su fragilidad y de su fortaleza. Esa es la esencia. Su fragilidad, porque el ser necesitada le quita libertad para su propia vida. Y su fuerza, porque en esa entrega se encuentra la fuente del amor verdadero, el incondicional, el que no pide nada.

Sin embargo, hoy día, el conflicto entre lo biológico y lo cultural es demasiado fuerte y no puede resolverse solo culpando al otro sexo o autoculpándose. Los hombres no son los culpables de que la madre tenga un papel tan central. Los hombres no son los que gestan los hijos, su responsabilidad no es biológica, es de otro orden, más racional, más moral.

Han cambiado las costumbres: la sexualidad ya no está al servicio de la reproducción, aunque ojalá sí esté al servicio del amor.

Ha cambiado la época: las relaciones entre los hombres y las mujeres se han transformado, con una continua reelaboración de las identidades, aunque ojalá no se olvide que amar es comprender y que criar a los hijos sin la ayuda del padre o excluyendo lo comunitario puede ser agotador y empobrecedor.

Han cambiado los paradigmas culturales: de la glorificación de la maternidad al control de la natalidad. De la fecundidad como fundamento de la identidad femenina al descenso de los nacimientos. Pero siempre una esencia: las mujeres necesitan a otro para ser madres y los hombres necesitan tomar responsabilidades más allá de su propia libertad personal. Tenemos naturalezas diferentes, pero todos somos necesitados y todos necesitamos amar. Precisamente, por eso, en la crianza compartida con amor se da la resolución de los conflictos que cada sexo tiene en su seno. La libertad y la entrega pueden coincidir. Todo un reto y un camino difícil.

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