Los grises años cincuenta

Los grises años cincuenta
Los grises años cincuenta
Krisis'23

Uno de los tomos de la ‘Memoria visual de Zaragoza’ está dedicado a ‘Los grises años cincuenta’. Y es normal que la imagen que tengamos de aquella época esté llena de grises. 

Las fotos de los álbumes familiares son todas en blanco y negro, como también eran en blanco y negro las páginas de los periódicos y las pantallas de los escasos televisores. Sin embargo, para muchos de los que vivieron aquellos años, los cincuenta son una época luminosa, llena de color. Una época de optimismo.

Era un optimismo que nacía de haber sobrevivido a la gran catástrofe. Las sociedades europeas de la época acababan de salir de guerras terribles, pero en los años cincuenta volvieron la vista hacia el futuro. Un futuro que percibían como prometedor. El racionamiento termina en la República Federal de Alemania en 1950, en España en 1952 y en el Reino Unido en 1954. En Italia y Francia, el PIB anterior a la guerra ya se había superado en 1949, algo que España conseguiría en 1951. Y a lo largo de la década, el crecimiento económico sería muy fuerte, con una media anual del 7,8% en Alemania Occidental, del 5,2% en España y del 4,6% en Francia.

Suele hacerse referencia a la década de los cincuenta del siglo pasado como unos ‘años grises’

La arquitectura de los cincuenta abandonaba el historicismo y el regionalismo de la década anterior para volver a abrazar el movimiento moderno, que había dominado los años treinta. Un retorno en el que, sin embargo, se apreciaban notables novedades. La modernidad de los treinta fue triste y pesimista, como fruto de una sociedad en profunda crisis política y económica. La de los cincuenta, por el contrario, era una modernidad alegre, orientada hacia un futuro que el progreso técnico y las lecciones aprendidas harían que fuera, necesariamente, mucho mejor. Era una arquitectura que incorporaba a menudo el color (el edificio de Naciones Unidas, en Nueva York) y contenía en ocasiones elementos lúdicos (el Atomium y el resto de los edificios de la exposición universal de Bruselas en 1958).

Las sociedades de los años cincuenta eran jóvenes y registraban una natalidad que hoy en día nos parecería asombrosa. En España, por ejemplo, la década empezó con 570.000 nacimientos al año y terminó con 650.000. Unas cifras elevadísimas si se comparan con las actuales de menos de 400.000, a pesar de que la población de entonces era casi veinte millones más baja que la actual. En los años cincuenta, las calles de nuestras ciudades estaban llenas de niños, mientras que ahora lo están de jubilados.

Era un mundo de jóvenes en el que por primera vez surgía una cultura específicamente juvenil. A mediados de los cincuenta nacía en Estados Unidos el ‘rock and roll’, que en pocos años se extendería por todo el mundo y que llegaría a Zaragoza hacia finales de la década a través de la base americana. Y, con el rock, llegaron los pantalones vaqueros, los perritos calientes, las hamburguesas y las boleras. Nacía la modernidad en la que aún vivimos. Íbamos decididamente hacia un mundo nuevo y feliz, un mundo que no tendría nada que ver con la pesadilla que Aldous Huxley había imaginado en 1932. Los errores (y horrores) del pasado habían quedado definitivamente atrás.

Sin embargo, Europa y también España vivieron entonces una etapa de crecimiento económico y demográfico y de cambios culturales que inspiraban optimismo

Zaragoza, que en 1950 tenía 244.000 habitantes, llegó en 1960 a los 304.000, un 25% más. Fue una década fecunda, que no solo vio nacer a muchos zaragozanos, sino también el estadio de la Romareda, que ahora se nos está muriendo. Fue, además, la época de oro de los grandes cines, como el Coliseo (1950) o el Palafox (1954). Porque, según ha destacado una ilustre profesora zaragozana, "entonces es cuando [el cine] se convierte en el espectáculo más importante de la vida cotidiana". En estos grandes cines, y en los muchos otros con los que entonces contaba nuestra ciudad, los zaragozanos vieron y vivieron sueños en cinemascope y technicolor. Sueños nada grises.

Dicen que ‘para gustos están los colores’ y es inevitable que el recuerdo que distintas personas guardan de los años cincuenta esté relacionado con lo bien o mal que les fuera en aquella década. Para algunos, desde luego, fueron ‘años grises’. Para otros, como los excluidos del sueño americano en los relatos de Richard Yates, serían incluso ‘negros’. Para muchos, sin embargo, fueron años de ilusiones, años de confianza en un futuro mejor. Y las ilusiones, ya se sabe, solemos imaginarlas a todo color.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por José Miguel Palacios)

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