¿Llega tarde el cine con tarifa plana?

Accionar la palanca de una bajada de precios para animar las salas de proyección ha funcionado: está la experiencia del día del espectador desde hace décadas o, en los últimos años, las fiestas del cine con entradas a 3,50 (la próxima, en un mes).

Así que tendrán algún efecto los bonos mensuales (a 15,90) y anuales (a 149), para ver todas las películas que se desee, que Cinesa ofrece en Madrid y Barcelona y pronto en Zaragoza, en Puerto Venecia y Grancasa.

Esta tentadora tarifa plana de una compañía propiedad de una multinacional es algo más que una oferta promocional: cambia las reglas de juego y obligará a moverse a la competencia, poniendo en aprietos a empresas más modestas que no tienen su capacidad de negociación ante productores y distribuidores.

Los exhibidores son víctimas de una transición digital que ha dejado cadáveres también en otros sectores y que les ha obligado a moverse para sostener su negocio. Han probado con el 3D, que no acaba de cuajar, o con ofrecer retransmisiones de ópera o, ayer mismo, la presentación internacional del nuevo disco de Metallica. Y ahora juegan a la suscripción al modo de los grandes responsables de la deserción de los espectadores presenciales: Netflix y las demás plataformas de contenidos en línea.

La pandemia, con sus cambios de hábitos y sus miedos, aceleró un proceso imparable. El audiovisual, tanto series como películas, se consume sobre todo en casa. Ir al cine es residual y esta gran experiencia, con sus ritos asociados, parte de la educación cultural y sentimental de muchas generaciones, es ajena hoy a los más jóvenes; ni la aprecian ni pueden añorarla. El bono fidelizará al público que queda, y lo llevará a las salas con más frecuencia, pero quizá no llegue a tiempo para atraer a nueva clientela.