Por
  • Carmen Herrando

Una misericordia de lo Alto

Una misericordia de lo Alto
Una misericordia de lo Alto
Pixabay

Aunque apenas se cuentan ya historias de la Biblia, esos viejos relatos resuenan en el corazón de las personas de ayer, de hoy y de siempre, y todos nos reconocemos en ellos. Y es que necesitamos historias que nos recuerden que cada uno de nosotros somos también una historia. 

La de la torre de Babel es una de esas historias: la de una edificación muy alta, una torre inmensa que comenzaron a elevar los hombres con intención de alcanzar la morada del Altísimo. En el capítulo 11 del libro del Génesis se cuenta que los habitantes de la Tierra hablaban un mismo y único idioma, y que se asentaron en una gran llanura donde levantaron una ciudad. Después acordaron que la ciudad contendría un monumento emblemático, una suerte de zigurat que habría de llegar hasta el cielo: "Así nos haremos famosos y evitaremos ser dispersados por la Tierra", se decían. Y comenzaron a cocer ladrillos en enormes cantidades para emprender la grandiosa construcción.

Pero el relato bíblico dice también que Dios, el morador de lo Alto, quien mucho tiempo atrás había creado la Tierra y a esos mismos hombres y mujeres, echó un vistazo desde el cielo para ver qué era todo aquel griterío y que, apercibiéndose de lo que se llevaban entre manos, pensó que, como formaban un único pueblo y hablaban la misma lengua, los hombres lograrían cuanto se propusieran, y eso le inquietó. El Génesis dice que entonces Dios decidió confundir la lengua de los hombres; así dejarían de entenderse entre ellos y les resultaría imposible levantar aquella mole. Y puede que las cosas sucedieran de este modo, y que los habitantes de la Tierra recibieran el pago que correspondía a sus pretenciosas ambiciones. Pero, como la Biblia es Palabra inspirada por Dios, brindada por Él a los seres humanos para que cada cual la medite y transforme en alimento para el espíritu, puede haber otras lecturas de este episodio fundante de nuestra civilización.

Babel, que significa confusión, habría sido, en realidad, un gran favor divino para
con la humanidad, porque Dios evitó algo tan repugnante como el pensamiento
único entre los hombres: que todos pensaran y dijeran lo mismo

José Jiménez Lozano, escritor y premio Cervantes, se aventuró con una lectura distinta, que resulta altamente verosímil: ve esta leyenda antigua como una gran misericordia de Yahvé. Y concibe que no fue intención del Altísimo confundir las lenguas de aquellos hombres y mujeres para disuadirlos de la idea de construir la enorme torre conocida como Babel, sino que, al contrario, enredando las lenguas de los habitantes del mundo, lo que tuvo con ellos fue una piedad infinita, porque no podía soportar que quienes había creado a su imagen y semejanza se convirtiesen en rebaños o manadas, como sucede entre los animales. Esto sí le habría dolido terriblemente al Altísimo, para quien cada hombre y cada mujer son en verdad criaturas singulares, únicas. Babel, que significa confusión, habría sido, en realidad, un gran favor divino para con la humanidad, porque con este episodio del inicio de las sociedades humanas Dios evitó algo tan repugnante como el pensamiento único entre los hombres: que todos pensaran y dijeran lo mismo. ¡Qué insulto hacia la inteligencia que el Altísimo había puesto en el ser humano al principio del tiempo!

Preciosa lectura para este mundo nuestro en el que campan las ideologías y donde parece que todos tengamos que estar encasillados, sometidos a dictados homogeneizadores y forjadores de rebaños. Ideologías y poder siempre han ignorado la novedad que es cada ser humano, y lo mismo la singularidad de cada conciencia. Y cuando hoy se habla de singularidad, parece que lo singular haya de estar permanentemente referido a un colectivo, por pequeño que sea, pues, para muchos, hay que vivir y obrar desde lo colectivo. Sin embargo, la persona, como decía Emmanuel Mounier, nunca se repite; y la igualdad no puede serlo sino de oportunidades y ante la ley. Platón empleó la imagen del ‘gran animal’ para referirse a lo colectivo como mal que aplasta o diluye a la persona.

En esta lectura de la torre de Babel está en juego nada menos que la salvación del pensamiento: evitar el pensamiento único fue el gran favor que Dios hizo a los hombres; gracias a la historia de Babel, cada ser humano llegó a pensar por sí mismo. Un colectivo nunca generará pensamiento; únicamente se piensa en soledad, aunque luego compartamos nuestros pensares, llamados como estamos a comunicar con otros.

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