Por
  • Andrés García Inda

Multiplicando

Multiplicando
Multiplicando
POL

Llevo las dos últimas semanas con el runrún en la cabeza de un asunto que no sé muy bien cómo presentarles, pero que intuyo que tiene algo de miga. Así que si les parece yo se lo cuento así a lo bruto y ustedes le dan forma y sentido, si es que lo tiene.

Ya saben que no corren buenos tiempos para la educación. Por muchas razones. Entre otras, pero quizás muy especialmente, por la deriva legislativa de los últimos años, que lejos de mejorar el escenario y aclarar el horizonte ha introducido más confusión e incertidumbre. De hecho, si el sistema educativo sigue funcionando y cumpliendo su papel es fundamentalmente por el esforzado trabajo de muchos de sus profesionales, a pesar e incluso a contracorriente de las leyes, reglamentos, directivas e inspecciones varias que, más que facilitarlo, lo entorpecen gravemente. Y uno no puede por eso dejar de preguntarse: ¿cuál es ese papel?

Con frecuencia las normas y las instrucciones de la Administración educativa
entorpecen más que favorecen la enseñanza

Mi amigo J., que es uno de esos abnegados profesores de instituto luchando contra viento y marea, me contaba estos días que, debido a los cambios legislativos, en su centro andan programando el trabajo que van a hacer a la vez que lo hacen (sí, también en esto nuestro legislador lo ha bordado con el régimen transitorio). Para ello, y para salir del paso, la Administración educativa les ha remitido un documento de FAQ o preguntas frecuentes "en relación al currículo, evaluación, promoción y titulación en las diferentes etapas educativas", con indicaciones sobre cómo deben llevar a cabo esa tarea. Uno sospecha que en este caso las ‘preguntas frecuentes’ no son las que el profesor habitualmente se hace, sino las que el redactor del documento quiere que se haga. Con las consiguientes respuestas, claro.

Una de esas cuestiones se refiere a la evaluación y calificación de las diferentes actividades: Todas ellas deben ser evaluadas, dice el documento, "en el sentido de poder recabar información y retroalimentación sobre el aprendizaje"; pero no todas deben ser necesariamente calificadas, si no contribuyen a valorar directamente algún criterio de evaluación. Hasta ahí lo normal. Pero lo que puede llevar a equívoco es el ejemplo que pone para entenderlo: "Podemos hacer ejercicios de multiplicación (y los retroalimentamos) pero centramos la evaluación y calificación en la aplicación de ese conocimiento (la multiplicación) para resolver problemas y tareas competenciales". Está claro que lo que se propone en el documento es que para aprobar, si me permiten esa expresión, el alumno no debe únicamente saber multiplicar… mecánicamente, sino sobre todo saber interpretar o aplicar ese conocimiento, aunque sea con una calculadora, en diferentes contextos o situaciones, que es lo que hacemos usted y yo habitualmente. La cuestión que podemos plantearnos, y que va más allá del ejemplo de la multiplicación, que podría ser equívoco, es si realmente puede saberse cuándo o cómo aplicar algo, sin saber ese algo. O qué significa saberlo. J. piensa que alguien podría aprobar solo por saber que para que pase un tren por un túnel o un puente hay que medirlo, aunque no sepa medirlo o lo haga mal. No lo sé, pero pensemos otros ejemplos, más allá de las matemáticas: ¿puede evaluarse y calificarse la ‘aplicación’ de destrezas o conocimientos que no se poseen? ‘Let’s discuss’.

Colegios e institutos siguen
funcionando gracias al esforzado trabajo de muchos profesores

En otro orden de cosas, no sé si en el fondo, además, el discurso competencial peca de la obsesión que habitualmente denuncia: la de demostrar que lo que se enseña sirve para algo... ‘útil’. O para lo que eso signifique en el mundo actual. ¿Para qué sirve estudiar latín, matemáticas o historia?, ¿o para qué aprenderse la lista de los reyes godos?, se insiste habitualmente. MacIntyre decía que la escuela debería paradójicamente servir para que uno deje de hacerse ese tipo de preguntas. Pero no mostrando la ‘utilidad’ de las disciplinas, sino la inutilidad de la pregunta. En esa línea hay quienes plantean que, más allá de su utilidad puramente instrumental, el sentido de la educación debe ser el florecimiento humano en las diversas etapas de la vida (como hacen Daniel Capó y Carlos Granados en su librito titulado ‘Florecer’). Pero ya sé que éste es otro tema. Supongo que también las matemáticas contribuyen a eso y por eso ‘sirven’ para todos. Así lo propone un libro de Francis Su, cuya traducción a cargo de la profesora Elena Gil Clemente estamos esperando como agua de mayo. Ya casi estamos en marzo...

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