Ellos también sufren

Un equipo de los Bomberos de Zaragoza rescata a una mujer de entre las ruinas del terremoto ocurrido en Turquía.
Un equipo de los Bomberos de Zaragoza rescata a una mujer de entre las ruinas del terremoto ocurrido en Turquía.
Bomberos de Zaragoza

Yo no estuve exactamente allí. Pero intuimos desde el aire Grecia y Turquía, y limitamos al noreste con Siria, un poco más allá de Cisjordania. 

Unos amigos, el año anterior a la pandemia visitaron Estambul, ciudad cosmopolita por excelencia, con sus mezquitas y palacios, Santa Sofía y Santa Irene, sus especias y su Cuerno de Oro. A veces, cuando disfrutamos la belleza olvidamos el dolor. Como nos pasó en Israel, íbamos protegidos con las gafas antiatentados. Lo de las últimas semanas ha sido la gota sobre otras gotas que han llenado los vasos y las ánforas. Violencia atroz que no nos hizo olvidar la venganza mortal en Algeciras, ni la guerra y masacre de Ucrania, ni las decapitaciones, anulación y masacre de las mujeres en Afganistán. ¿Y la guerra siria?

Ha sido en la frontera turca-siria, ni al norte ni al oeste. ¿No se podía predecir, profetizar? Llevamos una semana sorprendidos, alucinados, sin poder darle fe. Leves réplicas en Italia, Francia, Barcelona… Las imágenes de los medios y las redes nos estremecen. ¿No se pudo evitar? Turquía no es un país muy previsor que digamos; y Siria en su guerra oculta de más de una década. ¿Alguien ha visto instantáneas, vídeos, algo antes del cataclismo de estos días, que parece asolar al planeta?

Bajo cero y sin luz, sin alimentos, los cuerpos entre los edificios, las manzanas, las calles derruidas. Pequeños y mayores, ancianos y mujeres aprendieron a reptar bajo los cascotes y los escombros. ¿Sirve de algo una guerra?

Y de pronto, el milagro, el prodigio. La ternura. La mujer que da a luz en mitad de las ruinas; el amor de dos hermanos que sobreviven juntos; un pequeño que bebe del tapón de una botella; el nuevo alumbramiento a la luz después de cuarenta horas en el vientre de la noche.

Según pasan los días, la esperanza se achica, quedan menos recursos de hallar supervivientes entre las piedras, la desesperación eclipsa la alegría de encontrar todavía a un ser querido. Al menos, que encontrar a los muertos pueda dar cierto reposo acedo al corazón.

De Oriente a Occidente, de Ucrania a Siria, guerras y cataclismos nos asolan. Y aun con todo, es posible la luz de la solidaridad y la empatía.

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