Adjunto a la Dirección de HERALDO DE ARAGÓN

¡Colaborad o moriréis!

¡Colaborad o moriréis!
¡Colaborad o moriréis!
Heraldo

Era el mejor de los tiempos y era el peor de los tiempos". La célebre frase de Dickens que abre la novela ‘Historia de dos ciudades’ sirve para resumir la dicotomía de los días que corren. 

Vivimos en una época de contradicción: conviven la inteligencia artificial (ChatGPT, Bard…) con viejas plagas (la hambruna que sufre Somalia o la guerra que asola Ucrania); disfrutamos de avances nunca vistos al tiempo que miramos hacia el futuro con escepticismo; dudamos entre el optimismo (Steven Pinker) o el pesimismo de una retahíla de derrotistas que nos pintan un porvenir en que estamos condenados a ser víctimas del control de los algoritmos, de la destrucción del planeta y de los designios de un puñado de sátrapas. En definitiva, deambulamos entre la utopía y la distopía.

La incertidumbre arraiga entre la ciudadanía. No cabe, sin embargo, caer en el derrotismo

Los datos demuestran que, en general, es mucho mejor haber nacido a finales del siglo XX y en el XXI que en épocas anteriores: aumento de la esperanza de vida (en 1820 era de 29 años), reducción de la pobreza extrema, mínimos niveles de mortalidad infantil o la casi desaparición del analfabetismo. El ser humano, tras decenas de miles de años viviendo prácticamente a niveles de subsistencia, lleva varias generaciones disfrutando de una prosperidad sin precedentes. Sin embargo, las estadísticas no convencen. Nos acecha un sentimiento de zozobra y se multiplican las previsiones negativas. La percepción de la opinión pública en Occidente es que las nuevas generaciones vivirán peor que las anteriores.

Vivimos una fase de la modernidad en la que lo que han sido las bondades de las sociedades industriales avanzadas (empleo fijo, ingresos, seguridad social) se contrarrestan con sus daños colaterales (contaminación atmosférica, esquilmación de los recursos naturales, obsesión por el crecimiento). Bienes y males se entrelazan en una sociedad de riesgo en la que problemas como el cambio climático o la inclusión social pueden ser un poderoso agente de metamorfosis del mundo: ¡Colaborad o moriréis! Este es el mensaje que se escucha en numerosos foros científicos, sociales, jurídicos y también económicos.

Desde hace años se viene trabajando en la idea de elaborar una herramienta jurídica de gobernanza global. Podría ser una Constitución Mundial o un nuevo contrato social, ese que con tanto ahínco vienen defendiendo personalidades tan diversas como Niall Ferguson, Minouche Shafik o Antón Costas.

En una de las etapas más negras de la Historia, tras la II Contienda Mundial, llegó el mayor avance del siglo XX: la construcción del contrato social de la postguerra

La pandemia de la covid y la invasión rusa de Ucrania están vivificando el viejo axioma de que ni como individuos, ni como sociedad, ni como especie existimos de manera aislada. La verdad profunda de la vida es que todo está íntimamente relacionado con todo. Por ello, crece la conciencia de la necesidad de una Declaración de Interdependencia. Si hace 78 años, la ONU se convirtió en el primer intento exitoso de crear un sistema de seguridad colectiva que desecha el recurso a la guerra como instrumento de relaciones internacionales, ¿por qué no dar otro paso adelante en la defensa de los ciudadanos del planeta? Una Constitución mundial no sería el Gobierno del mundo, "sino la brújula de todos los Gobiernos para el buen gobierno del mundo", en palabras del jurista italiano Luigi Ferrajoli, autor de ‘Constitucionalismo más allá del Estado’ (2018).

Albert O. Hirschman, uno de los economistas más influyentes del siglo XX, recomendaba practicar el ‘posibilismo’ para aprovechar las ‘ventanas de oportunidad’ que traen algunas crisis para introducir medidas que favorezcan el progreso. En esta época de incertidumbre, una Constitución de la Tierra o un nuevo contrato social permitiría quitar ambigüedad a la frase de Dickens y que el mejor de los tiempos no sea el peor de los tiempos.

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