Los americanos dicen que era un globo espía. Y están indignados. Los chinos, que también están indignados, dicen que era un globo meteorológico. Como los americanos son nuestros aliados y los chinos –su gobierno– no es de fiar, nosotros podemos asumir que en verdad se trataba de espionaje. Aunque los americanos –su gobierno– tampoco es de fiar todos los días. Pero además, es raro y ya sería casualidad que un aparato científico que al parecer puede ser dirigido remotamente se les desvíe a los chinos seis mil kilómetros –por razones de fuerza mayor, dicen– y acierte a recorrer otros cuatro mil o cinco mil sobre territorio precisamente de Estados Unidos y Canadá. Ahora, mucho miedo a lo que pudieran ver y oír los chinos a través de su globo tampoco debían de tener los americanos, porque han esperado siete días a derribarlo desde que lo detectaron el sábado 28 de enero en Alaska. Y lo han dejado recorrer su país de oeste a este sin preocuparse demasiado de los secretos que pudiera estar transmitiendo a Pekín. No habrán sido tan secretos. Tampoco está claro que para los chinos resulte muy práctico utilizar como plataforma de espionaje un aparato tan aparatoso que puede ser visto a simple vista por cualquiera desde el suelo. Sobre todo cuando unos y otros, americanos y chinos, ya tienen satélites más por arriba que se supone que lo ven todo o casi todo. El espionaje requiere cierta discreción: solo el discreto consigue secretos. Pero todo esto es igual. La cuestión es que el globo ha metido otra astilla en la ya astillada relación entre Washington y Pekín. Y eso tiene que inquietarnos a todos.