Por
  • Carmen Puyó

El Nobel en su laberinto

Vargas Llosa e Isabel Preysler a su llegada a la cena de celebración por el 80 cumpleaños del escritor.
Vargas Llosa e Isabel Preysler a su llegada a la cena de celebración por el 80 cumpleaños del escritor.
Efe

A Camilo José Cela le concedieron el Nobel de Literatura en 1989, cuando, éxitos literarios y críticas al margen, del autor de ‘La colmena’ se hablaba más por sus groserías y por su nuevo matrimonio que por su obra. En 2010, el Nobel en la misma categoría recayó en Mario Vargas Llosa, a quien años antes había podido entrevistar cuando acudió como jurado al Festival de San Sebastián. Disfruté aquella entrevista porque era un escritor al que admiraba y con cuyas novelas gozaba mucho. Pero, qué mala cosa es cuando se te derrite alguien a quien has valorado y acabas por admitir lo que ya sabías: que son dioses mortales.

Veo últimamente al Nobel perseguido por las calles de Madrid por periodistas que tratan de arrancarle alguna declaración sobre su relación con Isabel Presley, y pienso que flaco favor le ha hecho el corazón o, como él mismo dice, la pichula, para que estando ya en la plenitud vaya a acabar como carne de prensa del corazón. Cierto que Vargas Llosa tenía previamente un currículo sentimental curioso, casado primero con una tía y, más tarde, con una prima, además de romances varios, según dicen los entendidos en la materia. También, algún que otro lío a sus espaldas, como el puñetazo que pegó en los años setenta a García Márquez, hasta entonces amigo del alma, al parecer, por un asunto sentimental (¿celos?) del que se ha especulado desde entonces.

Espero que los chavales no se olviden de que Vargas Llosa es, por encima de todo, el autor de ‘La ciudad y los perros’, ‘Conversación en la Catedral’ o ‘La fiesta del Chivo’, no el exnovio de Isabel Preysler.

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