Adjunto a la Dirección de HERALDO DE ARAGÓN

¿El futuro?: nada está escrito

El presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, y el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, junto con su esposa Jill Biden.
El presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, y el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, junto con su esposa Jill Biden.
EP

Hobsbawm habló de ‘un siglo XX corto’: de 1914 a 1991. ¿Y si hubiese, también, ‘un siglo XXI corto’, que comenzase con la extensión del conflicto de Ucrania? Nada está escrito. El año 2023 arranca con la intervención de nuevas fuerzas profundas.

El concepto de ‘fuerzas profundas’ fue acuñado por Pierre Renouvin y Jean Baptiste Duroselle en su célebre ‘Introducción a la historia de las relaciones internacionales’ (1968). Las condiciones geográficas, los movimientos demográficos, los intereses económicos y financieros, los rasgos de la mentalidad colectiva y las grandes corrientes sentimentales son, según los dos profesores, las fuerzas profundas que han ido formando la urdimbre de las relaciones entre los grupos humanos.

Ante las transformaciones que están en marcha (desde las consecuencias de la invasión de Ucrania al cambio climático), cabe preguntarse qué nuevas fuerzas profundas mueven hoy el mundo. La guerra iniciada por Rusia acelera, como muchas de las registradas en cinco mil años de historia, la transformación de nuestro frágil planeta. Está estudiado que las grandes crisis actúan normalmente como aceleradores de tendencias, y las últimas lo confirman: si la pandemia de la covid ha precipitado el proceso de digitalización, la agresividad de Putin activa el posible nacimiento de un nuevo orden mundial (Henry Kissinger).

El inicio de 2023 nos confirma que estamos en un contexto de desequilibrios alimentados por el conflicto bélico ucraniano: inflación, cuellos de botella comerciales, subida de los tipos de interés y aumento de los déficits fiscales y de la deuda. Ahora bien, no hay que confundir los efectos económicos inmediatos de la guerra con sus consecuencias transformadoras sobre la realidad global. La gran incógnita no son las secuelas de la contienda sino el mundo en el que nos estamos adentrando.

La invasión militar de Ucrania enmarca una segunda Guerra Fría entre la alianza de las democracias liberales, encabezada por Washington, y el eje dictatorial Pekín-Moscú. Una fuerza profunda apunta a que vamos hacia un mundo multipolar (en el que el bloque ya no es una unidad ideológica, territorial y estable sino transnacional, extraterritorial y variable) en el que abundarán las asociaciones estratégicas instrumentales. De hecho, regiones como África y América Latina contemplan hoy con distancia el belicismo ruso y el autoritarismo digital chino. El hemisferio sur, del que forman parte la mayoría de los países que tienen los minerales imprescindibles para la transición energética, no quiere alianzas permanentes ni con EE. UU. ni con China.

Otras fuerzas profundas evidentes son la polarización socio-política amplificada por las redes sociales, la digitalización y la inteligencia artificial, el declive del populismo y el ascenso del soberanismo (Ivan Krastev), la búsqueda de la soberanía energética y el envejecimiento de la población occidental, con sus consiguientes consecuencias en la cartera de servicios públicos básicos (pensiones, salud, dependencia) y en la necesidad de inmigrantes como mano de obra abundante. Se percibe, además, un parón en la globalización por los intentos de las economías occidentales de desconectarse de Moscú y Pekín. Ha quedado demostrado que la interdependencia ya no garantiza la paz.

En un contexto de guerras culturales entre conservadores y progresistas sobre cuestiones relacionadas con la sexualidad y el género, la familia, la bioética o la educación, la UE corre el peligro de quedar atrapada entre Washington y Pekín. Bruselas debe tener claras sus prioridades estratégicas y transformarlas en una vigorosa fuerza profunda. El modelo dominante americano, basado en la libertad, parece haber agotado su capacidad de generar prosperidad. China ofrece prosperidad sin libertad. Europa debe ser capaz de crear prosperidad y libertad.

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