Por
  • Antonio Martínez Martínez

"Cuando truenan los cañones": 2023, un año de menos a más

Escultura con forma de moneda, alusiva al euro, frente a la sede del Banco Central Europeo en Francfort
Escultura con forma de moneda, alusiva al euro, frente a la sede del Banco Central Europeo en Francfort
EFE

Desde un punto de vista geopolítico, 2022 será tristemente recordado por la dramática invasión de Ucrania. 

Y en el plano estrictamente económico, por ser el año en el que la inflación en Occidente alcanzó niveles no vistos en más de 40 años, tras décadas de moderación de los precios favorecidas por los constantes avances de la globalización y de la tecnología.

Próximos ya a terminar este complejo año, es un buen momento para visualizar cómo vendrá la economía en 2023. Un ejercicio que debe abordarse necesariamente desde la humildad, pues la realidad en estos últimos tiempos nos demuestra tozudamente que eventos poco probables –pandemia, guerra en Europa…– pueden suceder y cambiar radicalmente nuestras expectativas. Con esta realidad muy presente, he aquí cinco ideas clave que marcarán el devenir de la economía española y aragonesa el próximo año.

Fuerte desaceleración… pero no recesión. Frente a un crecimiento previsto del PIB español en el entorno del 4% en 2022, nuestra previsión para 2023 no alcanza el 1%, con una mayor debilidad en el primer semestre del año, para recuperar después tracción hacia el final del ejercicio.

La economía ha sido siempre (y será) una sucesión de ciclos. Lo que ha cambiado en los últimos tiempos es su velocidad. Frente al viejo proverbio de los ‘siete años de vacas gordas y siete años de vacas flacas’, ahora estos ciclos se suceden mucho más aceleradamente. Aún no nos hemos recuperado plenamente de la crisis pandémica y enlazamos otra desaceleración, en este caso provocada por la crisis energética. Vivimos, sin duda, tiempos volátiles.

No obstante, frente al ‘trueno de los cañones’ de los más agoreros conviene poner en contexto la desaceleración prevista. Esta no será prolongada en el tiempo, a diferencia de la Gran Recesión de 2008 tras la que el PIB español tardó diez años en recuperar su nivel previo. Actualmente no existen graves desequilibrios económicos que purgar como en aquella ocasión, el tejido empresarial ha mejorado estructuralmente su competitividad y en términos agregados el nivel de endeudamiento de hogares y empresas es mucho más reducido que entonces.

Y tampoco será una desaceleración profunda como la sufrida con la crisis pandémica, en la que el PIB cayó más de un 10% en 2020 –la mayor caída anual en tiempos de paz– afectado por un parón forzoso de gran parte de la actividad económica que ahora no se produce.

En definitiva, afrontamos unos meses de muy bajo crecimiento –incluso algún trimestre ligeramente negativo– pero no estamos a las puertas, ni mucho menos, de una recesión larga y profunda.

La desaceleración de la economía conducirá
a la finalización
del proceso de subidas de tipos de interés ya
en el primer cuatrimestre de 2023

Fin del periodo de desinflación… pero no estanflación. En Europa, a diferencia de en Estados Unidos, el origen del crecimiento de la inflación es fundamentalmente el encarecimiento de la energía. En este sentido, si bien es probable que los precios del gas y la electricidad sigan volátiles en los próximos meses, en ausencia de ‘shocks’ adicionales provocados por una escalada del conflicto bélico, el efecto base de los precios será muy evidente a partir del verano del año que viene y los índices de inflación se aproximarán ya al entorno del 2% a finales de 2023.

No vemos plausible un escenario prolongado de bajo crecimiento y precios altos, la temida estanflación. La desaceleración económica en curso ayudará a la estabilización de los precios de las materias primas al enfriarse su demanda, lo que contribuirá decisivamente a la reducción de la inflación.

Esta normalización esperada del IPC, sin embargo, no supondrá una vuelta al régimen de presiones deflacionistas estructurales imperante en las últimas dos décadas. Un encarecimiento de la energía, en particular del gas, que es parcialmente estructural, los cambios en las cadenas de producción globales –tomando en consideración la seguridad de suministro y no sólo los costes– y las subidas salariales previstas, son factores que invitan a pensar en unos niveles de inflación más elevados que en el pasado reciente.

Los Bancos Centrales ‘desatados’… pero próximos a terminar su proceso de normalización monetaria. Mucho se ha hablado de las fuertes subidas de tipos de interés en los últimos meses y de su potencial impacto en la economía. Y con razón, porque la intensidad de la subida en tan corto espacio de tiempo no tiene precedentes.

Pero lo anterior no implica que los niveles actuales de tipos de interés sean ‘anómalos’. De hecho, la realidad objetiva es que siguen siendo bajos en una perspectiva histórica. La verdadera anomalía han sido los seis años de tipos de interés negativos que el Banco Central Europeo propició con sus políticas monetarias ultraexpansivas: reducción de tipos y compras masivas de activos en los mercados financieros para inyectar liquidez. Unas políticas no ortodoxas, sin precedentes en la historia moderna, tendentes a combatir las presiones deflacionistas estructurales de las últimas dos décadas.

Las actuaciones de los Bancos Centrales en los últimos meses deben entenderse en este contexto de vuelta a la normalidad de sus políticas. Y su retórica tan ‘agresiva’ respecto a sus próximas actuaciones responde a la necesidad de preservar el mayor activo que tienen las autoridades monetarias: su credibilidad en mantener la inflación en torno a los niveles objetivos. Tardaron demasiado en reaccionar ante los primeros repuntes de la inflación y ahora deben actuar rápido y con contundencia.

La buena noticia es que están consiguiendo preservar su credibilidad. Las expectativas sobre la inflación a medio plazo descontadas por los mercados financieros permanecen ancladas en niveles del 2%-2,5%. Es decir, en torno al nivel objetivo.

En conclusión, estamos ya en la fase final del ciclo de subidas de tipos de interés. La propia desaceleración de la economía prevista para los próximos meses, propiciada entre otros factores por esta actuación de los Bancos Centrales, conducirá a la finalización del proceso de subidas ya en el primer cuatrimestre de 2023.

El nivel de llegada del euríbor estará muy próximo a los registros actuales, en torno al 3%. Un nivel que permitirá obtener una rentabilidad razonable a los ahorradores con bajo perfil de riesgo, mientras que encarecerá la carga financiera de los agentes endeudados. No obstante, esta carga se mantendrá en niveles históricamente reducidos y, por lo tanto, no generará un problema grave de impagos que impacte en nuestra economía.

Con los tipos de interés más altos… la deuda pública importa. Desde los máximos niveles de endeudamiento alcanzados por el sector privado en la antesala de la gran recesión de 2008, las familias y las empresas han mejorado considerablemente –con mucho esfuerzo y sacrificios– su salud financiera en términos agregados. Así, la deuda de las familias, medida sobre el PIB, ha pasado del 86% al 57% actual, mientras que en el caso de las empresas la reducción ha sido del 141% al 101%. Niveles en línea o por debajo de la media europea.

En el mismo periodo, sin embargo, la deuda del sector público ha pasado de apenas el 40% del PIB al 115% actual. Hasta cierto punto, pero sólo hasta cierto punto, la sucesión de crisis que hemos pasado en estos 15 años explica el deterioro de las cuentas públicas, dado que en momentos de debilidad económica es cuando el sector público debe actuar y mitigar los impactos en familias y empresas.

Los repuntes de los tipos de interés van a encarecer gradualmente el coste de este endeudamiento. Y si no existe una hoja de ruta a medio plazo de equilibrio de las cuentas públicas, los repuntes de tipos podrían ser superiores –nos referimos a la vuelta de la tristemente famosa ‘prima de riesgo’– complicando aún más la situación.

La experiencia nos demuestra que es mejor planificar esta senda de consolidación e ir por delante de los acontecimientos, que dejarse llevar por el corto plazo y esperar hasta que nos impacte abruptamente una crisis de confianza de los mercados que obligue a actuar de forma más agresiva en el momento más inoportuno.

Esta hoja de ruta a medio plazo es compatible con que, en el contexto actual de desaceleración, son necesarias medidas de apoyo a las familias y empresas más vulnerables ante este ‘shock’ de inflación. Lo esencial es que estas medidas de apoyo sean muy eficientes y se dirijan precisamente a estos colectivos, evitando la tentación de generalizarlas con unas cuentas públicas que no lo soportan.

Afrontamos unos
meses de muy bajo crecimiento, pero no estamos a las puertas de una recesión
larga y profunda

La clave del crecimiento sigue siendo la misma… la productividad. La evidencia histórica es clara: cuando los salarios crecen sustancial y prolongadamente por encima del aumento de la productividad, acaba habiendo destrucción de empleo… y debilidad en los salarios. Un círculo pernicioso en el que desgraciadamente se vio atrapada la economía española tras el estallido de la Gran Recesión del período 2008-2012.

Es deseable un crecimiento saludable de los salarios y esto pasa por impulsar el crecimiento de la productividad de nuestra economía. Para ello, debemos seguir invirtiendo. Y tenemos una oportunidad histórica: el aprovechamiento de los fondos europeos orientados, precisamente, a impulsar esta transformación de nuestra economía.

Una gran oportunidad y una gran responsabilidad. No se puede dejar pasar. Tenemos como país el deber de utilizarlos adecuadamente y exigir a nuestros gobernantes que así sea, pues en ello nos va mejorar el crecimiento potencial de nuestra economía y, con ello, el bienestar de todos. 2023 es un año clave en este sentido.

2023 será un año complejo desde el punto de vista económico. Pero "tras los cañones, suelen sonar los violines". Apostemos por el talento, como palanca clave de mejora de la productividad. Por la estabilidad institucional y la seguridad jurídica, como factor clave de atracción de las inversiones. Y por el apoyo a los colectivos vulnerables para reducir la desigualdad, como factor clave de la estabilidad social. 2023 será un año lleno de oportunidades. Tenemos todos los mimbres para iniciar un nuevo ciclo prolongado de crecimiento. Vamos a por ello.

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