Redactor de la sección de Cultura y columnista en HERALDO DE ARAGÓN

Paraguas asesinos

Lluvia en Zaragoza.
Lluvia en Zaragoza.
José Miguel Marco

A ver, persona zaragozana; ha llovido lo suyo esta semana (sin haberlo deseado, allá va un pareado) y aquí nos volvemos un poco locos con el agua. Badajoz lo ha pasado mal, con el Guadiana más crecido que el alcalde de Vigo encendiendo lucecicas; en Salamanca murió un forestal; en Madrid se inundó el metro; la gota fría deja imágenes duras en el sur de Cataluña y Levante con trágica regularidad, y si de Cullera nos vamos a Tailandia, con ese monzón en minúscula, ni les cuento. Cuando yo era pequeño, mi padre decía mucho que era una suerte haber nacido en Zaragoza, un sitio libre de terremotos, tifones y alimañas venenosas; es relativa la ausencia de todas esas cosas en nuestro suelo si las conviertes en metáforas, papá, y haberlas haylas a nuestra vera, pero esa es otra historia. Perdón, que me desvío. La lluvia en Zaragoza hace aparecer los paraguas de Cherburgo a media altura; sin ser uno gigantón, ando en el tamaño ideal para perder un ojo en las aceras estrechas cuando los ‘parapluies’ nerviosos se acercan. Casi nunca llevo paraguas; si lo cojo, lo olvido en cualquier sitio. No tengo previsión, ni centro mi atención, ni abrí un fondo de pensiones cuando debería haberlo hecho. Perdón, desvarío (otra vez). Los paraguas asesinos atacan; esquivo su pinchuda amenaza con una agilidad digna de Sugar Ray Leonard cuando evitaba directos a la mandíbula, y sigo sin entender la razón que lleva a sus previsores, atentos y fondopensionados poseedores a pegarse a la pared, quitándome el abrigo de la cornisa. Apiádense de mí: llevo camino de terminar pobre y calado hasta los huesos.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión