La transición desde una economía basada en los combustibles fósiles a otra que se apoye en las energías renovables es uno de los argumentos principales de nuestro tiempo. 

Y con carácter urgente, ante la necesidad de frenar el cambio climático. Sin embargo, no sé si muchos de quienes la propugnan e impulsan con más fervor son conscientes de que esa gran transformación va a requerir una gran cantidad de materias primas, de minerales, algunos de ellos bastante escasos. Hay que levantar aerogeneradores, fabricar células fotovoltaicas, tender líneas eléctricas, producir motores eléctricos y baterías en cantidad y en poco tiempo. Y todos esos aparatos están hechos de metales y otros elementos que hay que extraer de la tierra, en minas, y refinar. En Europa, y desde luego en España, se ha casi abandonado, desde hace décadas, el esfuerzo y la inversión que se necesitan para localizar yacimientos y ponerlos en explotación. La Federación Europea de Geólogos señala el peligro que esto conlleva en un manifiesto, al que se ha unido el Colegio de Geólogos de España, en el que pide que la explotación de minerales estratégicos se considere de interés nacional. En estos momentos, la Unión Europea depende casi totalmente para el despliegue de energías renovables de materias primas cruciales -litio, níquel, tierras raras, cobalto, aluminio, cobre- producidas en Estados Unidos, China o Rusia. Europa -y España- tiene un potencial minero que está pendiente de investigar y desarrollar. Si no lo aprovecha, nos estaremos condenando a una excesiva dependencia exterior que puede frenar la transición energética.